San Jovita
Después de la batalla de Talavera, en
julio de 1809, los franceses se resarcían de la derrota a primeros de julio,
con la toma de Plasencia por el mariscal Soult, que venía victorioso desde
Bejar.
El pánico de los Franceses fue tan
feroz que los habitantes de Plasencia abandonaron la ciudad. Sólo hacía 1813,
con la ofensiva hispano-inglesa de wellington se pudo decir que Extremadura era
definitivamente libre.
Por esas fechas se trocaron los
papeles. Las derrotas habían cambiado de
signo, y en no pocas batallas y en muchas escaramuzas los franceses eran
perdedores.
En una de estas reyertas, cuando los
gabachos, a duras penas, podían imponer su ley, un destacamento había
marchado a imponer requisas por tierras
de Alagón para unas tropas que muy pronto abandonarían la ciudad.
Cuando regresaban con sus mulas
cargadas de viandas, los carcaboseños, escondidos como demonios entre las
cárcabas del río Jerte, cayeron sobre los franceses de forma totalmente inesperada.
Como extrenjeros, no supieron hacer otra cosa que cruzar el río con sus
cabalgaduras aligeradas del peso que traían y huir hacia Plasencia.
En las mismas orillas del agua se
quedaron sacos, reses degolladas, pellejos de vino, aceite y un pobre desgraciado
francés malherido en el ataque. Tumbado en tierra, revolcándose en el aguay en
su sangre, esperaba su liberación con una muerte irremediable a manos de
aquellos mismos, momentos antes, habían robado y escarnecido. De rodillas
imploró perdón, y quiso el cielo que aquellos rudos labriegos, nobles de
sentimientos, no sólo lo perdonaran, sino que se lo llevaron a Carcaboso para
curarlo.
En un portalón viejo de las casas
achaparradas lo limpiaron y vendaron sus heridas. Más aún, el pueblo se encargó
de su cuidado hasta que pudo valerse pos sí mismo.
Todos los días aquél soldado, en la
casa donde fue acogido cristianamente, veía rezar y rezaba. El también era
creyente.
Le llamó la atención el rezo a un
santo para él desconocido: San Jovita. Era patrono del pueblo, y todos los habitantes le habían confiado la
defensa de sus vidas.
Ellos podían presumir muy poco,
porque eran unos cuantos habitantes agazapados en la orilla del río, cercanos a
la famosa Vía de la Plata. Sólo tenían el orgullo de su puente romano, ya un
tanto maltrecho. Por allí cruzaban en sus caminatas hacia Plasencia.
El consuelo, único en aquellos
momentos, les venia de una iglesia pobre subida en un pequeño terraplén. La
indigencia del templo del templo era tanta que para poder poder tener pórtico
habían quitado dos miliarios (Un miliario o piedra miliar, palabra proveniente
del latín miliarium, es una columna cilíndrica,
Oval o paralelepípeda que se colocaba en el borde de las calzadas
romanas para señalar las distancias cada
mil passus, es decir, cada milla romana, lo que equivale a una distancia de
aproximadamente 1480 metros) y las
utilizaban como columnas.
Antes de marcharse el francés,
aristócrata y militar de excepción, quiso recompensar al pueblo por la vida y
las atenciones que le habían prodigado.
Pensó que nada mejor para aquellos
hombres religiosos que regalarles una imagen de su patrón San Jovita.
Dos veloces arrieros de Carcaboso
fueron a Torrejoncillo, pueblo cercano, famoso por su artesanía de paños y curtidos,
con excelentes orives y algunos artesanos de la madera, y contrataron la talla.
Pronto, en las fiestas patronales de
febrero, ya estaba la imagen en el pueblo.
Más tarde, la devoción a San Jovita y
el pueblo conocieron un ritmo ascendente, tanto que se trasladaron las fiestas
a septiembre, en los mismos días de la feria, porque mientras las ferias
menguaban, el entusiasmo santoril iba en aumento.
Pasado un siglo, Carcaboso recibió el
premio por su singular devoción a San Jovita. Desde Brescia, la patria del
ilustre mártir, le llegó una reliquia, que guardan con singular veneración.
El decreto de de autenticidad dice
así:
“Luis Morstabilini, por la gracia de
Dios y de la sede Apostólica, Obispo de la Santa Iglesia de Brescia: A todos y
cada uno de los que lean estas nuestras letras, damos fe y testimonio que Nos,
para mayor gloria de Dios Omnipotente y la veneración de sus Santos, tomamos de
lugares auténticos, reconocimos y colocamos una sagrada partícula de los huesas de los Santos
Faustino y Jovita, en una caja de metal plateado, de forma redonda, la cual,
bien cerrada, cosida con hilo de seda de color rojo y sellada con el sello
menor de Nuestra Iglesia de Brescia, hicimos donación a la Orden de Frailes
Menores, con facultad de retenerla consigo, de donarla a otros y de exponerla a
la pública veneración de los fieles en cualquier iglesia, oratorio o capilla.
En fe de lo cual mandamos expedir por
medio de nuestro Canciller, estas letras testimoniales, suscritas de nuestra
mano y selladas con nuestro sello.
Dado en Brescia, Palacio Episcopal,
el día 28 de abril de 1975.
Luis Morstabilini, Obispo”.
El destino final de esta reliquia es
Carcaboso, un pueblo de Extremadura, que cada año celebra gozoso la festividad
de su patrón San Jovita los día 20, 21 y 22 de septiembre.
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