LEYENDA DE VALVERDE DE LUCERNA
Hace muchos años, en el lugar que ocupa
el lago de Sanabria existía un pueblo llamado Valverde de Lucerna, un pueblo
rodeado de tierras fértiles y productivas, pero que la leyenda ha señalado a
sus habitantes como egoístas y poco caritativos pese a la prosperidad con la
que vivían.
La leyenda se inicia, como no, en una
noche de San Juan perdida en los tiempos. Un peregrino se dirige hacia Santiago
de Compostela. Ha caminado muchas horas y el sol está cayendo por el horizonte.
Ha sido un día lluvioso y frío y el peregrino busca un lugar donde refugiarse y
descansar. No ha encontrado lugar alguno y no tiene qué comer. Mira hacia la
distancia y ve caer un rayo entre las montañas que rodea el valle. Apenas unos
segundos y cae un potente relámpago que le estremece. Luego otro rayo y otro
relámpago que muestra la cercanía, y sobre todo, la violencia, de la tormenta
que se avecina. Mira a lo lejos y ve unas luces que señalan un lugar habitado,
un pueblo pequeño, pero que, en aquel momento es su esperanza de ayuda. Se
dirige hacia allí mientras el agua empieza a caer.
Apresura su marcha en aquel embarrado
camino y se dirige al pueblo. Apenas puede sujetar su hambriento y agotado
cuerpo con su cayado en el que dos conchas muestran su destino. Empapado, se
mueve pesadamente en el barro mientras la lluvia le golpea su rostro como
agujas. Su enjuto cuerpo apenas puede mantenerse en pie cuando, por fin, llega
a las primeras casas del pequeño pueblo. Llama a la primera de ellas. Ante la
falta de respuesta, insiste en la llamada. Por fin su dueño abre la puerta y le
ordena que se marche. Él solo pide algo que comer y un lugar donde guarecerse
de la fuerte tormenta, pero el lugareño le empuja y cierra la puerta.
El peregrino, caído en el suelo por el
empujón, consigue levantarse con ayuda de su cayado. A pesar de ello, llama a
otra puerta, luego a otra y así todas, sin que ninguna de ellas obtenga la
ayuda que implora.
Cansado, hambriento y aterido de frío, el
peregrino sigue su camino y se dispone a abandonar el pueblo en busca de algún
refugio improvisado. A la salida del mismo, contempla una casa de la que sale
un intenso olor a pan por su chimenea. En un último esfuerzo por encontrar
ayuda, llama a la puerta. Una mujer abre y, al ver el aspecto del desconocido,
le invita a entrar. El peregrino le dice solo que quiere algo de comida y
cobijo donde descansar. La mujer le ofrece su casa. Dentro, varias mujeres
están fabricando pan. Son panaderas preparando el pan del día siguiente. Le
ofrecen inmediatamente un buen trozo de pan caliente y le hacen sentar junto al
horno para que su cuerpo se caliente. Después le ofrecen una cama donde dormir.
Tras comer y descansar, el peregrino les
agradece la hospitalidad y les confiesa que no es ningún mendigo, sino
Jesucristo (alguna versión de la leyenda asegura que el desconocido se presenta
como el apóstol Santiago) y que ha venido hasta este lugar para comprobar se la
falta de caridad de este pueblo era cierta o no. Y su decepción había sido tan
enorme que había decidido castigar al pueblo y a sus habitantes por su egoísmo
para ejemplo de los demás.
Recomienda a las mujeres que se queden en
casa con sus hijos y no la abandonen bajo ningún concepto y sigue su camino Una
ves que ha abandonado el pueblo, coge su cayado y clavándolo en el suelo y
pronuncia las siguientes palabras: “Aquí clavo mi bastón, aquí brote un
gargallón”. Entonces, brota un gran chorro de agua que comienza a inundar todo.
En unas pocas horas, el pueblo de Valverde de Lucerna queda totalmente inundado
por el agua y el torrente arrastra todo lo que encuentra a su paso, mientras
sus habitantes desaparecen para siempre.
Al día siguiente, el sol ilumina el valle y un gran lago cubre lo que antes era el pueblo de Valverde, y solamente una pequeña isla sobresale del mismo, y que corresponde al lugar donde se encuentra la casa de las panaderas, que son las únicas que se salvan de la inundación. Días más tarde un vecino de un pueblo de al lado, con la ayuda de una pareja de bueyes, intenta sacar del fondo del lago las dos campanas de la iglesia del pueblo. Consigue sacar una, pero la otra permanece en el fondo del lago. La tradición cuente que, desde entonces, en la noche de San Juan , las personas que son caritativas y generosas, oyen el tañido de la campana que reposa en el fondo del lago en recuerdo de aquel pecado que hizo desaparecer el pueblo.
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