jueves, 19 de octubre de 2023

LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA DEL AGAVANZAL Y SU LEYENDA

 

LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA DEL AGAVANZAL Y SU LEYENDA

Al oeste de Olleros de Tera, cerca del mismo curso del río, se emplaza el notable santuario del Agavanzal. En tiempos pretéritos, tanto el edificio religioso como el terreno circundante formaron parte de un coto redondo con jurisdicción autónoma, propiedad del linaje toresano de los Bustamante. Hoy las parcelas están ocupadas por pequeñas viñas bien cuidadas, del medio del cual emerge la esbelta figura de la ermita. Ésta dejó de ser, no hace muchos años, posesión privada, al haberse donado al Obispado de Astorga, a cuya diócesis pertenece toda la comarca. Los orígenes de tal recinto de culto se explican con una hermosa leyenda. Se afirma que a un caballero llamado Don Diego de Bustamante, que cabalga en dirección a Toro, se le apareció una blanca paloma. El animal comenzó a revolotear a su alrededor, provocando en el personaje irrefrenables deseos de captura. El ave volaba a tramos cortos y se dejaba cerca confiadamente.

Pero cuando el cazador intentaba cogerla, se escabullía de sus mismas manos para repetir la acción un poco más adelante. Tras múltiples lances, el camino se prolongó demasiadas millas hasta que por fin el animal mansamente, se dejó agarrar en una zarza de agavanzas, el escaramujo o rosal silvestre. El caballero encerró a la paloma en la jaula y reinició su interrumpida ruta. En un descuido la avecilla consiguió librarse y se repitieron de nuevo la serie de cortos vuelos e intentos de aprehensión. Al fin, y sobre el mismo matorral que la vez anterior, la paloma se dejó apresar sin resistencia. Pero en esta segunda ocasión, surgió una voz sobrenatural que dijo: “Agavanzal, del Agavanzal soy”. Ante la sorpresa, el caballero rebuscó entre la espinosa mata y halló una hermosa imagen de la Reina de los Cielos. Con ella en sus manos decidió levantar una ermita en el mismo lugar de su aparición.

Cuando se estaba construyendo el edificio, y para financiar las obras, la estirpe promotora envió desde Toro un carro cargado de monedas. Los arrieros que lo conducían, tentados por la codicia, decidieron quedarse con tanta riqueza. Pretendieron desviarse hacia el vecino Portugal, pero sucedió un nuevo portento. Las yuntas de mulas que empujaban el carruaje, a pesar de palos y de improperios, no consiguieron apartarse de la ruta. Los tozudos animales, tercos frente a la perfidia, se mantuvieron firmes en el camino correcto hasta llegar a su destino.



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