LA REINA LUPA Y EL
TRASLADO DEL APOSTOL SANTIAGO
Tras el ajusticiamiento del Apóstol
Santiago el Mayor (Jacobo de Zebedeo), en Jerusalén, por mandato del rey
Herodes Agripa en el año 44 d.C., dos de sus discípulos: Teodoro y Atanasio se
hicieron con el cuerpo del apóstol y lo llevaron hasta el puerto de Jaffa, en
la actual Palestina, desde donde, a bordo de una embarcación, partieron hacia
occidente, con el fin de alejar sus restos de las influencias del imperio
romano y del mundo judío, y en la búsqueda de un lugar lejano y adecuado para
dar noble sepultura a uno de los apóstoles más destacados de Cristo.
Tras un largo periplo por mar
mediterráneo (el Mare Nostrum romano), llegarían al puerto de Iria Flavia
(actual Padrón, en la provincia de A Coruña). En aquellos contornos había
volcado sus esfuerzos evangelizadores, por lo que confiaban en encontrar en
aquel territorio un lugar adecuado para su descanso eterno, donde organizar un
modesto culto, allí donde ejerció su labor predicadora.
Una vez en tierra, tras caminar una
gran distancia, se acercan hasta el Castro Lupario (Tradicionalmente
identificado con el yacimiento castrexo existente en el lugar de Francos, a
medio camino entre Iria y Santiago), un lugar fuertemente fortificado y regido
por una noble hispano- romana que la leyenda identifica como la Reina Lupa, los
discípulos se dirigen a ella para solicitar su ayuda para proceder al entierro
del Apóstol en un pequeño templo.
Lo cierto es que, practicante de la
religión pagana, por desconfianza, temerosa de que el culto a las deidades
romanas se viese amenazada por el cadáver del apóstol de la nueva fe que se
estaba extendiendo por todo el imperio, Lupa envía a los viajeros hacia el
Norte, a las tierras de Duio (actual zona de Finisterre) para pedir allí, ayuda
al Rey Dugio, en la confianza en que éste se deshará de los viajeros. (En otras
citas los envía a ver a Regulos, el sacerdote del Ara Solis).
Al llegar a destino los viajeros son
arrestados por orden del Rey (o Regulos, según la versión que se siga), pero
milagrosamente consiguen escapar de la cárcel, y en su fuga, tras pasar un
puente sobre el río Tambre, este se viene abajo, frustrando así la persecución
de sus adversarios.
Los viajeros deciden volver a
presencia de Lupa, y, tras contarles la ayuda de Dios en su huida, en esta
ocasión es para solicitarle que le facilite animales de tiro y una carreta para
transportar los restos del Apóstol. Lupa, aun desconfiada, los envía al Monte
Ilicini (actual pico Sacro, en el municipio de Boqueixón), a recoger unos
bueyes. Les dice: “coged los bueyes que tengo en aquella montaña, ungirlos a mi
carro, traer el cuerpo de vuestro Maestro y construid la tumba en el sitio que
queráis”.
Lo cierto es que Lupa sabía que en
ese lugar no había bueyes, lo que había eran toros salvajes y un dragón. El
dragón sería derrotado, y los bueyes amansados, en el momento en que los
viajeros hicieron el signo de la cruz. Antes de que los discípulos abandonaran
la montaña, la bautizaron con el nombre de Pico Sacro.
Al contemplar Lupa la muerte del
dragón y ver los toros amansados creó en la misión religiosa de aquellos
hombres y del misterio que el cuerpo de Santiago encerraba. La Reina Lupa,
asombrada ante tales milagros, solicita bautizarse para convertirse al cristianismo
y ofrece a los discípulos un sepulcro para enterrar al santo. Pusieron el
cuerpo sobre el carro, ungieron los toros y dejaron que caminaran libremente.
Andadas tres leguas los animales, sedientos, se pararon y comenzó a brotar un
manantial de aguas milagrosas, hoy la Fuente de Franco. Era el lugar asignado
por la reina Lupa y allí se levantó una pequeña capilla. El lugar recibió el
nombre de “Liberum Domun” o Libredón. Cuando la Reina Lupa ve a discípulos
aparecer con los bueyes mansos, reconoce los admirables milagros y cede ante su
petición. Lupa se convierte al cristianismo, e instruida por inspiración de
Dios otorga en sus dominios un espacio para enterrar los restos del Apóstol.
Además ordenaba derribar los lugares célticos de culto, como Ara Solis.
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