lunes, 23 de octubre de 2023

LEYENDA DEL GIGANTE DE CAMPOBECERROS

 

LEYENDA DEL GIGANTE DE CAMPOBECERROS

No quiero hablaros de la historia de aquella camisa peregrina que tanto rodó por estas tierras con forma de piel de toro, pero no puedo olvidar que una de sus aventuras, por tierras gallegas, dio lugar a una leyenda no muy conocida de un gigante por el camino que lleva a Santiago a través de Sanabria.

Andaban de charlas en el albergue de A Gudiña. Uno de los andaluces, de aspecto serio y, a pesar de la procedencia, rubio y de casi dos metros, era el portador en ese momento de la afamada camisa. Andaba el sureño renqueando de una tendinitis inguinal y le costaba mucho levantar la pierna al caminar. Por otro lado, una cartagenera morena, de aspecto frágil, pero de una fortaleza increíble en su caminar, llegó la primera. Era veloz como un corzo por aquellos senderos y nadie podía dudar en que era la más rápida de todos los que estábamos.


En un momento de la conversación, con tal de intentar devolver la camisa a su dueño, un peregrino catalán con la rodilla en muy malas condiciones y que no tenía más remedio que desplazarse hacía los puntos de encuentro en vehículo, surge una apuesta y el andaluz propone que será, en la jornada del día siguiente, el primero en llegará Campobecerros. El perdedor tendrá que regalar algo al ganador que sea de su agrado. El viejo catalán, que era muy listo, vio trampa en la apuesta pensando en su añorada camisa y no la acepto. “Este lo que quiere es perder para devolverme la camisa”, se pensó. “Mañana llegaré el primero”, amenazó al sonriente catalán que veía en el propósito del sevillano una hazaña imposible.

Aquella noche el andaluz se fue a la litera antes que nadie y no sé si fue el trino de la cartagenera morena o el myolastán que le dio una peregrina de valenciana que le hizo fregar dos veces, hizo que cogiera el sueño rápidamente y placenteramente. Una cosa u otra, hizo que aquel andaluz se levantara pletórico aquella mañana, sin ninguna molestia y mirando de reojillos al catalán que todavía se sonreía mientras se tomaba el café. Después de 20 kilómetros de caminar, desde lo alto de un cerro, escuchó el tañir por once veces las campanas de la iglesia de Campobecerros.

Ahora la sonrisa era suya.


El catalán esperaba la llegada de peregrinos en Campobecerros, pero todavía era demasiado pronto, había pasado unos minutos de las once de la mañana. Sin querer, al mirar arriba de la colina, se le apareció la imagen de alguien que bajaba por el traicionero cortafuegos. Desde abajo se veía enorme, muy grande, era un gigante lo que él veía. Con su lento cojear salió a su encuentro cámara en mano. Tenía que inmortalizar aquel ser casi mitológico que bajaba por aquel suelo de pizarra. Por la vegetación y las curva aquella entrada al pueblo, su deseo se convirtió en temor, al imaginar encontrarse de sopetón con aquel monstruo y temió por su vida. Pero en la recta de llegada, a escasos 100 metros, aquel peregrino peregrino andaluz surgió de la nada. Fue el primero en llegar y, a pesar de no haber apostado nada aquel peregrino catalán, lo premió con un fuerte abrazo por el que le reconocía su amistad y su caminar como peregrino.


De vuelta, caminando juntos a paso de cojo, rieron y charlaron sobre aquella apuesta, sin que dejara de mirar de vez en cuando para atrás, por si aparecía a sus espaldas aquel gigante al que pareció ver llegando al mediodía, sobre las once, dicen algunos que de cuando en cuando se ven caer trozos de pizarra por aquel cortafuegos y sombras de lo que pudiera ser fantástico, un gigante, el Gigante de Campobecerro.



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