LEYENDA DEL GIGANTE DE
CAMPOBECERROS
No quiero hablaros de
la historia de aquella camisa peregrina que tanto rodó por estas tierras con
forma de piel de toro, pero no puedo olvidar que una de sus aventuras, por
tierras gallegas, dio lugar a una leyenda no muy conocida de un gigante por el
camino que lleva a Santiago a través de Sanabria.
Andaban de charlas en
el albergue de A Gudiña. Uno de los andaluces, de aspecto serio y, a pesar de
la procedencia, rubio y de casi dos metros, era el portador en ese momento de
la afamada camisa. Andaba el sureño renqueando de una tendinitis inguinal y le
costaba mucho levantar la pierna al caminar. Por otro lado, una cartagenera
morena, de aspecto frágil, pero de una fortaleza increíble en su caminar, llegó
la primera. Era veloz como un corzo por aquellos senderos y nadie podía dudar
en que era la más rápida de todos los que estábamos.
En un momento de la
conversación, con tal de intentar devolver la camisa a su dueño, un peregrino
catalán con la rodilla en muy malas condiciones y que no tenía más remedio que desplazarse
hacía los puntos de encuentro en vehículo, surge una apuesta y el andaluz
propone que será, en la jornada del día siguiente, el primero en llegará
Campobecerros. El perdedor tendrá que regalar algo al ganador que sea de su
agrado. El viejo catalán, que era muy listo, vio trampa en la apuesta pensando
en su añorada camisa y no la acepto. “Este lo que quiere es perder para
devolverme la camisa”, se pensó. “Mañana llegaré el primero”, amenazó al
sonriente catalán que veía en el propósito del sevillano una hazaña imposible.
Aquella noche el
andaluz se fue a la litera antes que nadie y no sé si fue el trino de la
cartagenera morena o el myolastán que le dio una peregrina de valenciana que le
hizo fregar dos veces, hizo que cogiera el sueño rápidamente y placenteramente.
Una cosa u otra, hizo que aquel andaluz se levantara pletórico aquella mañana,
sin ninguna molestia y mirando de reojillos al catalán que todavía se sonreía
mientras se tomaba el café. Después de 20 kilómetros de caminar, desde lo alto de
un cerro, escuchó el tañir por once veces las campanas de la iglesia de
Campobecerros.
Ahora la sonrisa era
suya.
El catalán esperaba la
llegada de peregrinos en Campobecerros, pero todavía era demasiado pronto,
había pasado unos minutos de las once de la mañana. Sin querer, al mirar arriba
de la colina, se le apareció la imagen de alguien que bajaba por el traicionero
cortafuegos. Desde abajo se veía enorme, muy grande, era un gigante lo que él
veía. Con su lento cojear salió a su encuentro cámara en mano. Tenía que
inmortalizar aquel ser casi mitológico que bajaba por aquel suelo de pizarra.
Por la vegetación y las curva aquella entrada al pueblo, su deseo se convirtió
en temor, al imaginar encontrarse de sopetón con aquel monstruo y temió por su
vida. Pero en la recta de llegada, a escasos 100 metros, aquel peregrino
peregrino andaluz surgió de la nada. Fue el primero en llegar y, a pesar de no
haber apostado nada aquel peregrino catalán, lo premió con un fuerte abrazo por
el que le reconocía su amistad y su caminar como peregrino.
De vuelta, caminando
juntos a paso de cojo, rieron y charlaron sobre aquella apuesta, sin que dejara
de mirar de vez en cuando para atrás, por si aparecía a sus espaldas aquel
gigante al que pareció ver llegando al mediodía, sobre las once, dicen algunos
que de cuando en cuando se ven caer trozos de pizarra por aquel cortafuegos y
sombras de lo que pudiera ser fantástico, un gigante, el Gigante de
Campobecerro.
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