sábado, 7 de octubre de 2023

LEYENDA DE MARÍA “LA VIUDA”

 

MARÍA “LA VIUDA”



En unas montañas cercanas a Alcuéscar vivía en una cueva un extraño personaje, vestía con andrajos y pieles mal curtidas, un misterioso hombre de ojos hundidos y barba larga, espesa y descuidada.

Por las tardes al ponerse el sol podían escucharse en la montaña los suspiros y lamentos que exhalaba durante sus penitencias, si un campesino pasaba cerca, al escucharlo, aligeraba el paso acobardado. El ermitaño pasaba la vida entre oraciones y penitencias y se alimentaba de las limosnas que recibía. Poco a poco su fama de santo fue extendiéndose llegando a creer la gente de la comarca que hablaba con Dios, y no les faltaba razón, pues cierto día queriendo conocer el destino de su alma la preguntó al Todopoderoso, que le dio a entender que sería el mismo que el de una mujer que vivía en Cáceres conocida como “María la Viuda”.

El Santo se desplazó hasta Cáceres y visitó a un clérigo amigo suyo con la esperanza de que conociera a María y le indicase como acceder a ella.

-“Hermano, dime dónde vive María la Viuda. Quiero verla e imitar sus santas obras, para así ganar el cielo”.

-“Debes estar equivocado. En el mundo no hay quien sea más santo que tú. La Viuda es una mujer que ha dado mucho que hablar, no te acerques a ella, que es un alma perdida famosa por las deshonestaciones que ha cometido”.

-“¿Cómo es posible que sea cierto lo que dices?.- Dijo el ermitaño.

Confuso, le contó que era voluntad de Dios conocer a esta mujer, por lo que el clérigo le indicó donde vivía.

Nada más llegar a la casa de María, ésta se echó a sus pies y le dijo:

-“¡Cómo tanta honra para esta pobre pecadora! ¡Santo varón, mi casa es la del pecado! El Señor no quiere que tengáis por posada esta casa. Hay en la ciudad palacios, donde estaréis con más honor”.

-“María -dijo el santo-, el señor me ha dicho que venga a tu casa, y supongo que no querrás enojarlo”.

Al día siguiente María, se sinceró en confesión con el ermitaño:

-“Santo varón, tengo que hablaros, Dios os ha enviado para desahogar mi conciencia. Con vos no debo guardar mi secreto. No me denunciaréis a la justicia. Venid conmigo, que voy a das de comer a un pobre que padece persecución por la justicia. Hace veinte años que lo escondo en mi casa, es el asesino de mi único hijo”.

-“¡El asesino de tu único hijo! ¿Y lo guardas en tu casa?”

La mujer se percató del desasosiego de su confesor y prosiguió:

-“Los dos fueron muy amigos cuando eran jóvenes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada, el asesino vino a mi casa arrepentido y perseguido por la justicia. Iban a matarlo. Yo me compadecí de su desgracia, ya que no podía remediar la mía. Estoy ofreciendo este sacrificio al Señor cada día, para que perdone mis muchos pecados”.

El ermitaño quedó mudo un rato, apenas sabía contestar:

-“En verdad, mujer, que tu sacrificio es más que humano. Todos los días renueva tu dolor y tu perdón y lo envuelves en la caridad más heroica y exquisita”.

El ermitaño volvió a Alcuéscar, reconociendo que sus penitencias eran algo insignificante comparado con el terrible dolor que renovaba diariamente María, pagando así por todos sus errores cometidos.




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