MARÍA
“LA VIUDA”
En unas montañas cercanas a Alcuéscar vivía en
una cueva un extraño personaje, vestía con andrajos y pieles mal curtidas, un
misterioso hombre de ojos hundidos y barba larga, espesa y descuidada.
Por las tardes al
ponerse el sol podían escucharse en la montaña los suspiros y lamentos que
exhalaba durante sus penitencias, si un campesino pasaba cerca, al escucharlo,
aligeraba el paso acobardado. El ermitaño pasaba la vida entre oraciones y
penitencias y se alimentaba de las limosnas que recibía. Poco a poco su fama de
santo fue extendiéndose llegando a creer la gente de la comarca que hablaba con
Dios, y no les faltaba razón, pues cierto día queriendo conocer el destino de
su alma la preguntó al Todopoderoso, que le dio a entender que sería el mismo
que el de una mujer que vivía en Cáceres conocida como “María la Viuda”.
El Santo se desplazó
hasta Cáceres y visitó a un clérigo amigo suyo con la esperanza de que
conociera a María y le indicase como acceder a ella.
-“Hermano, dime dónde
vive María la Viuda. Quiero verla e imitar sus santas obras, para así ganar el
cielo”.
-“Debes estar
equivocado. En el mundo no hay quien sea más santo que tú. La Viuda es una
mujer que ha dado mucho que hablar, no te acerques a ella, que es un alma perdida
famosa por las deshonestaciones que ha cometido”.
-“¿Cómo es posible
que sea cierto lo que dices?.- Dijo el ermitaño.
Confuso, le contó
que era voluntad de Dios conocer a esta mujer, por lo que el clérigo le indicó
donde vivía.
Nada más llegar a la
casa de María, ésta se echó a sus pies y le dijo:
-“¡Cómo tanta honra
para esta pobre pecadora! ¡Santo varón, mi casa es la del pecado! El Señor no
quiere que tengáis por posada esta casa. Hay en la ciudad palacios, donde estaréis
con más honor”.
-“María -dijo el santo-,
el señor me ha dicho que venga a tu casa, y supongo que no querrás enojarlo”.
Al día siguiente
María, se sinceró en confesión con el ermitaño:
-“Santo varón, tengo
que hablaros, Dios os ha enviado para desahogar mi conciencia. Con vos no debo
guardar mi secreto. No me denunciaréis a la justicia. Venid conmigo, que voy a
das de comer a un pobre que padece persecución por la justicia. Hace veinte
años que lo escondo en mi casa, es el asesino de mi único hijo”.
-“¡El asesino de tu único
hijo! ¿Y lo guardas en tu casa?”
La mujer se percató
del desasosiego de su confesor y prosiguió:
-“Los dos fueron muy
amigos cuando eran jóvenes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada, el
asesino vino a mi casa arrepentido y perseguido por la justicia. Iban a
matarlo. Yo me compadecí de su desgracia, ya que no podía remediar la mía.
Estoy ofreciendo este sacrificio al Señor cada día, para que perdone mis muchos
pecados”.
El ermitaño quedó
mudo un rato, apenas sabía contestar:
-“En verdad, mujer,
que tu sacrificio es más que humano. Todos los días renueva tu dolor y tu
perdón y lo envuelves en la caridad más heroica y exquisita”.
El ermitaño volvió a Alcuéscar, reconociendo que sus penitencias eran algo insignificante comparado con el terrible dolor que renovaba diariamente María, pagando así por todos sus errores cometidos.
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