TESTIMONIO DE
VIDA
“Comprobé que, lo que
vi desde arriba, sucedió”
ARTURO GÓMEZ ANDÚJAR
(49 años, responsable
se logística de un almacén de suministro de fontanería, Valencia).
“Con 17 años, un día
de verano, mi novia y yo decidimos ir a la paya en moto a hacer fotografías. De
camino, al cruzar un puente, la rueda patinó y caímos al suelo. La moto y mi
novia tuvieron suerte. La peor parte me tocó a mí. Salí despedido y paré con la
cabeza de un golpe, sin casco, contra la valla del lateral.
Perdí literalmente el
cuerpo y comencé a flotar, viéndome a mí mismo tendido inerte en el suelo con
mi novia llorando agachada sobre mí. También recuerdo a un joven que corría
hacia allí pidiendo auxilio. Pero la visión cada vez era más difusa porque no paraba
de coger altura.
De pronto, mi ascenso
flotando boca abajo se detuvo por alguien que me asió por la espalda. Quien
quiera que fuera, con una voz amigable y serena, me preguntó “¿Dónde vas?” y
sin dar opción a responder continuó “Este no es tu momento. Tienes aún muchas cosas
por hacer”.
Recuerdo que me volví
para ver a aquel ser. Vestía una túnica blanca, tenía un pelo rubio algo largo
y una cara que no se veía bien, pero infundía confianza y tranquilidad.
Meditando aún las palabras de mi inesperado interlocutor, de pronto me sentía
como si fuera viajando cómodo y feliz en un vehículo grande y lujoso, con mucho
espacio y un gran motor. Pero en seguida esa sensación desapareció y empecé a
notar sangre.
Fue cuando realmente
tomé consciencia de lo que había pasado. Desperté en un coche que resultó ser
del chico que desde arriba había visto correr. Vivía junto al puente, y al ver
nuestro accidente acudió en nuestro auxilio. Dada la gravedad de mi estado, decidieron
enviarme a la clínica San Juan de Dios de Valencia.
Ya en quirófano, el
médico que me atendió no daba crédito. Tenía múltiples fracturas
craneoencefálicas. Precisaba suturas por las cejas, por la sien, por la
barbilla, de hasta cincuenta puntos. Estaba vivo de milagro. Pero lo más
increíble de todo es que yo me encontraba bien, no sentía dolor, ni siquiera me
hacía daño al pasarme la aguja y el hilo. Estaba charlando y bromeando con las
enfermeras como si nada grave hubiera pasado.
Una vez que todo
acabó, comenté mi experiencia con mi novia y comprobé que lo que había visto
desde arriba era exactamente lo que había ocurrido. Me ha dado mucho que
pensar. No es, desde luego, algo que se vaya contando alegremente a todo el
mundo.
Lo que me pasó me
lleva a pensar que todos tenemos a alguien que está ahí, junto a nosotros,
protegiéndonos, aunque no lo veamos. También estoy convencido de que sí que hay
vida después de morir: no como ésta, pero la vida continua”.
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