jueves, 30 de noviembre de 2023

CUENTO SOBRE LAS OPINIONES

 

 EL ANCIANO, EL NIÑO Y EL BURRO. 

Si te afecta lo que los demás dicen de ti y tienen demasiado poder las opiniones sobre tu vida, me gustaría compartir contigo este cuento de autor desconocido.

Erase una vez un anciano y un niño que viajaban con un burro e iban de pueblo en pueblo. Llegaron a una aldea caminando junto al burro, y al pasar por ahí, un grupo de jóvenes se burló de ellos. -Que par de tontos!... Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos caminando. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro-. Móntese usted, abuelo, que usted está más cansado-.

El anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha.


Llegaron a otro pueblo y al atravesarlo, una vecina se molestó mucho cuando vio al adulto sobre el burro y al niño caminando al lado. - ¡Parece mentira!... El viejo sentado y el pobre niño caminando. ¿Cómo no le da vergüenza? -. El anciano dijo: -Tiene razón, hijo. Yo estoy aquí tan cómodo y tú…-.

A lo que el niño respondió: -Pero, abuelo, si yo no estoy cansado…-.

Y el anciano dijo: -Cambiemos. Móntate tú ahora en el burro-. El anciano y el niño intercambiaron sus puestos y siguieron su camino hasta llegar a la siguiente aldea.

Un señor que los ve llegar replica: - ¡El colmo!... Vengan a ver esto vecinos… El joven montando en el burro y el pobre anciano, que no puede con su alma, caminando.

Entonces el anciano le dice al niño: -Vamos a hacer una cosa, hijo-.

Niño: -Dígame abuelo-.

Anciano: -Tú pesas poco. Creo que el animal puede con nosotros dos-.

El burro avanza sin problemas llevando al niño y al abuelo sobre el lomo. Pero cuando cruzaron junto a un grupo de campesinos…

Mujer: - ¡Tengan compasión, caramba!... ¡Van a reventar a ese pobre animalito! -.

Anciano: - Ya no se que hacer, hijo… Pero tienen razón, porque el burrito debe estar desfallecido… -.

Niño: - ¿Y si lo cargamos abuelo? -.

Anciano: - ¿Cargar al burro?... Tal vez podamos… -.

Y así llegaron al siguiente pueblo, el anciano y el niño con el burro sobre sus hombros.

Joven: -Ja ja ja, ¡Nunca vimos gente tan boba!... Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas… ¡Que tontos! -.

Si te dejas guiar por las opiniones de los demás, acabarás como el anciano y el niño de este cuento, sin burro y sin llegar a ninguna parte. No hagas caso al que dirán. Escucha únicamente la voz de tu corazón.

Autor: Desconocido

miércoles, 29 de noviembre de 2023

CUENTOS SOBRE LA SOLEDAD

 

EL ÁNGEL ESDRAS

El ángel Esdras, aún no estaba listo para bajar ala tierra, le faltaba experiencia en muchas materias que se enseñan en el cielo, y luego se imparten en el planeta que habitamos los humanos. Sin embargo, mucho antes de lo que hubiera deseado, tuvo que emprender el viaje, una nube de algodón dorado le esperaba. A Dios no le importa palabras vacías: ¡deja que mañana! O ¡espera un rato! ¿Qué son milenios para la eternidad? Cumples y punto.

Inexperto, inseguro, tímido, pero con ansias de llevar a cabo la misión que el Jefe le había encomendado, combatir la soledad – Había escuchado a los mayores hablar de la soledad, pero no había prestado demasiada atención para saber el verdadero significado.

-Esos temas no son para juguetones angelitos como yo Pero… ¿Qué es eso?

¿Sería algo malo? ¿Algo bueno? ¿Una cosa? ¿Un Lugar? ¡Eso! ¡seguro debía ser un lugar!, ¿Pero? ¡y si así era! ¿Dónde estaba?

Lamento no haber sabido escuchar a los mayores cuando hablaban de temas que “los angelitos” no oímos. Si hubiera prestado atención ahora sabría que es la soledad y no me estaría haciendo estas preguntas, mientras viajo a toda pastilla en marcha novena.

-Ufff -casi me doy un piñazo con una estrella fugaz.

Si no había aprendido en el cielo, lo averiguaría en la tierra. De dónde él venía, era difícil darse cuenta realmente de qué podía ser la soledad. Imaginó entonces que era algo meramente humano y por eso, sólo entre los seres humanos la podía encontrar. No se equivocó.

Sin embargo, seguía desorientado y sin saber demasiado por dónde empezar la búsqueda. Supuso que observar a las personas sería un buen modo de comienzo, no se equivocó.

Desde la copa de un árbol miraba los rostros de la gente, la mayoría no parecía muy feliz. Y así durante días, pero se dio cuenta que no era suficiente el mirar solo el rostro a las personas para saber ¿qué es la soledad? -, entonces amplió su radio de acción: ¿escuchar y?

¡A escuchar se dispuso el angelito Esdras!

No tardó demasiado en enterarse que significa -la soledad-, Al principio el inexperto ángel estaba confundido. Parecía ser un estado, otras veces un sentimiento y hasta un lugar, si bien no se trataba de un lugar fijo, mucha gente se había instalado en “ella”.

Tardó en entender que la persona podía estar sola, aun estando acompañada de muchas gentes, también le costó comprender que ciertas personas que no tenían a nadie cerca, no se sintiesen solos.

¿Dónde se alojaba la soledad de la gente? ¿En sus hogares? ¿En sus mentes? Aunque esos lugares, podían parecer los correctos, y darle pistas, no lo eran.

Siguió escuchando muy atentamente, y supo por fin que la verdadera soledad se aloja en el alma de las personas. Entendió en ese momento por qué la soledad no dependía de si las personas tenían a alguien a su lado o no.

¿Cómo ayudar entonces? Un ángel no podía convertirse en un amigo de juegos, ni en su hermano, no en su abuelito, ni yo sé cuántas cosas más.

Vamos a pensar: puedo echarles una mano, pero como no pueden verme, oírme, esto me está causando dolor de cabeza o mejor ya me duelen las alas.

El ángel Esdras se sintió confundido, temía fracasar en la misión ¡ese descenso antes de tiempo! Ufff ¿Qué voy a hacer?

Dios nunca deja a nadie solo ante situaciones que no comprende, da pistas, que hay que saber interpretarlas, y Esdras que siempre observaba, supo captar los mensajitos de Dios, por lo cual no le hizo falta subir nuevamente al cielo, para saber lo que el Señor esperaba de él.

En lo más profundo de su corazón supo que si su misión era, paliar la soledad de los seres humanos.

Esdras me puso Dios, confió en mí aun siendo inexperto, por lo cual sabré llevar la misión a feliz puerto.

Como ya había visto, que la soledad más profunda se alojaba en el alma de las personas, allí es donde debía actuar.

Y fue así, como Esdras fue colocando un sueño en cada persona que realmente estaba sola.

Un sueño, acompaña, motiva, ilusiona, llena de esperanzas los corazones vacíos. Colocaba diferentes tipos de sueños, grandes, pequeños, pretenciosos, humildes…

El ángel que ya no era tan inexperto, ni tan inseguro, supo que los humanos también tienen problemas para soñar, y cuánto más adultos se hacen, el problema se agranda.

-Es muy difícil vivir en este planeta, ¡y la gente no quiere venir al cielo! ¡bobos!, ¡bobos! Sí se está la mar de bien.

Y aquellas personas a las que el ángel ayudó, ¡que fueron muchas!, ¡muchas!, albergaron un sueño en su corazón, y su alma ya no estuvo vacía ni se sintió sola ¡nunca jamás! Aún mejor, la gran mayoría de esos nuevos soñadores fueron capaces de conectarse con otros y sintieron así una felicidad mayor, la de compartir un sueño, y en ellos, la soledad fue sólo un recuerdo lejano.

El ángel, que no tenía compañía ninguna en la tierra, y que había cumplido la misión para la que fue destinado a un Planeta lejano del Cielo, no quiso regresar, deseó experimentar que puede ser la soledad para un ángel, ¡era su gran desafío!

¡Ahhhh! Dios se frotaba las manos de contento, al ver lo inteligente que resultó ser Esdras.

 

martes, 28 de noviembre de 2023

UN CONSEJO SUFÍ

 

UN CONSEJO SUFÍ

Mientras atravesaba el desierto a lomos de un dromedario, Marian era incapaz de disfrutar del amanecer que convertía las dunas en un mar dorado. A lo lejos se vislumbraban las palmeras de un oasis más grande y frondoso de lo que había imaginado.

Su mente, sin embargo, seguía anclada al mundo de obligaciones que había dejado en la ciudad. Su marido avanzaba entre ella y el guía, girándose de vez en cuando con una sonrisa. Pedro le había regalado aquel viaje exótico por sus bodas de plata. Había pensado que una semana alejados del mundanal ruido les haría bien.

No obstante, nada más aterrizar en el pequeño aeropuerto egipcio, ella había empezado a preocuparse.

Mientras esperaban la furgoneta que los llevaría hasta la caravana de dromedarios, había dicho a su marido:

- ¿Crees que hacemos bien dejando a los chicos solos una semana entera?

- Mujer… -la tranquilizó pedro-. A veces te olvidas de que ya no son unos niños y van a la universidad. Que estemos aquí casi es más regalo para ellos que para nosotros. Así tienen la casa para invitar a sus amigos el fin de semana, y el resto de los días pueden estudiar hasta la madrugada sin que les riñas.

-Van a estar toda la semana comiendo mal -dijo ella, intranquila-. Seguro que tiran de congelados y de bocadillos cada día.

- ¡Que se apañen!

-Tampoco me gusta dejar a tu madre desatendida tanto tiempo. No se vale por sí sola.

-Una persona vive con ella y la cuida -le recordó Pedro-. No sé para qué gastamos tanto dinero si luego estás pendiente de cada detalle.

- ¿Y la oficina? -había dicho ella al fin-. ¿Qué pensarán de que me haya tomado vacaciones en mitad del año?

- ¡Pueden pensar lo que quieran! Has acumulado suficientes horas extras para dar la vuelta al mundo sin que tengan derecho a protestar. ¿Quieres dejar de pensar en los demás y disfrutar un poco?

Aquello fue lo último de lo que hablaron antes de que la caravana partiera, todavía de noche, con otras parejas de viajeros que se dirigían hacia aquel paraíso en medio del desierto, Al llegar, bajo la primera luz de la mañana, Pedro quedó boquiabierto ante los cientos de palmares que brotaban entre las casas encaladas de forma cubicar. Había un mercado en la calle y un café en la plaza central, donde ancianos con chilaba conversaban animadamente mientras fumaban en narguile.

Tras ser recibidos en un romántico hotel con habitaciones alrededor de un patio, durmieron un par de horas para descansar del largo viaje nocturno. Tal como sucedía en su propia casa, Pedro cayó dormido al instante; mientras, Marian daba vueltas a los quehaceres que había dejado a miles de kilómetros de allí. No podía evitarlo. Tenía mala conciencia por no estar disponible para la legión de personas por las que se afanaba.

“Parece que estés en deuda con el mundo”, le había dicho muchas veces sus hijos. “Relájate, mamá”.

Cuando Marian abrió los ojos, Pedro ya no estaba en la cama. Se vistió rápidamente y salió angustiada hacia la recepción. “Igual está indispuesto por el viaje o por este calor horroroso”, pensó. Un joven empleado con birrete se encargó de disipar sus miedos.

-Su marido está en el hammam. No ha querido despertarla y ha dejado nota de que volverá para el almuerzo -dijo con una sonrisa radiante-. Vaya a tomar un té a la menta en el café de la plaza. Ha llegado el sabio sufí…

Para no llevar la contraria al joven, Marian se dirigió hacia allí, pero se detuvo al ver que las cuatro mesas bajo el entoldado estaban ocupadas, Un anciano que se hallaba solo en una de ellas le hizo una señal con la mano para que ocupara una de las sillas. Marian se sentó con timidez y pidió un té mientras el viejo la observaba con el narguile en los labios. Enseguida adivinó cuál era su procedencia y no tardó en hablarle en su idioma. Sin duda, pese a vivir en el desierto, era un hombre de mundo.

- ¿No le gusta el té?

- ¡Me gusta mucho! -repuso azorada-. Está delicioso.

-Entonces no le gusta el oasis… Tal vez sea un lugar demasiado pequeño para una señora de ciudad.

-Al contrario, me parece una maravilla.

- ¿Por qué frunce el ceño, entonces?

Convencida de que se hallaba ante el sabio sufí, Marian le confesó las inquietudes que la habían tenido desvelada desde que había empezado las vacaciones. El anciano escuchó atentamente. Luego hablo:

-Le voy a contar lo que Nasrudín, un verdadero sabio, explicaba a sus discípulos cuando estos le preguntaban cómo debían comportarse con los demás.

- ¿Qué decían?

-Tres cosas – empezó el anciano-: “Bueno es aquel que trata a los otros como le gustaría ser tratado. Generoso es quien trata a los demás mejor de lo que espera ser tratado. Y sabio es quien sabe cómo él y los otros deben ser tratados, de qué modo y hasta qué punto”.

-Entonces… -murmuró Marian confusa-, ¿Qué es mejor: ser bueno, generoso o sabio?

-Sin duda, lo último. Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado con ser bueno o generoso, pues te limitarás a hacer en cada momento y con cada persona lo que sea necesario, sin olvidarte de ti mismo.

Francesc Miralles

lunes, 27 de noviembre de 2023

LAS DOS TINAJAS

 

LAS DOS TINAJAS

Un vendedor de agua repetía cada mañana el mismo ritual: colocaba sobre sus hombros un aparejo que tenía, y a cada punta del aparejo amarraba una tinaja. Después salía al camino del río, llenaba dos tinajas y regresaba a la ciudad para entregar el agua a sus clientes.

Pero una de las tinajas tenía muchas grietas y dejaba filtrar mucha agua. La otra tinaja era nueva y estaba muy orgullosa de su rendimiento, ya que su dueño obtenía mucho dinero con la venta del agua que ella llevaba.

Al cabo de un tiempo, la pobre tinaja agrietada se fue acomplejando y sintiéndose inferior a la otra. Tanto, que un día decidió hablar con su patrón para decirle que la abandonara, por ser ya casi inservible.

-Sabes? -le dijo muy triste-, soy consciente de mis limitaciones. Yo sé muy bien que conmigo tú dejas de ganar mucho dinero, pues yo soy una tinaja llena de grietas y, cuando llegamos a la ciudad, estoy ya medio vacía. Ya no hay nada que hacer. Por eso te pido que me perdones mi debilidad. Compra otra nueva que pueda hacer mejor el trabajo, y abandóname a mí en el camino. Ya no te sirvo…

-Muy bien -contestó el dueño-; pero ya hablaremos mañana con más calma.

Al día siguiente, de camino hacía el río, el vendedor de agua se dirige a la pobre tinaja agrietada y le dice:

-Fíjate bien en la orilla de la carretera y dime lo que estas observando.

-Nunca me había fijado -respondió la agrietada tinaja-, pero, en honor a la verdad, me doy cuenta de que el borde de la carretera está lleno de flores. ¡Es algo muy hermoso!


- Pues bien, mi querida tinaja -repuso el vendedor-, quiero que sepas que, si las orillas de la carretera son como un bello jardín, es gracias a ti, ya que eres tú quien la riegas cada día cuando regresas del río. Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que tú dejabas filtrar mucha agua. Entonces yo compré semillas de flores de toda clase y, de camino hacía el río, una mañana las sembré en la orilla de la carretera; y tú, al regresar del río, sin saberlo y sin quererlo, estuviste regando mi siembra. Y así todos los días, gracias a tus grietas, muchas semillas nacieron, los botones se abrieron, y cada día gracias a ti puedo cortar unas flores, prepara unos ramilletes y venderlos en el mercado de la ciudad.

Y el buen hombre, inclinándose sobre el camino, comenzó a escoger las mejores flores del día para preparar sus ramilletes.

Y esta vez la tinaja regó aún mejor el camino con el agua que perdía de entre sus grietas y la que brotaba agradecida de sus ojos.

(Cuento indio/Autor: anónimo/ Versión Jorge Bucay)

El cuento nos ilustra como la visión del envejecer tanto de uno mismo como de los demás puede hacer la diferencia. No olvidemos que la vida puede alcanzar su plenitud más tarde de lo que pensamos. Valorar y luchar por mejores condiciones para las personas mayores hoy, es ser consciente de que es plantar semillas que generarán frutos y flores para toda la sociedad.

domingo, 26 de noviembre de 2023

TENERLO TODO Y NO SABERLO

 

TENERLO TODO Y NO SABERLO

Adriana llevaba tiempo sintiendo que a su vida le faltaba algo. Visto desde fuera todo parecía ir bien. Tenía un empleo bien pagado en una gran multinacional, un novio que la visitaba una semana al mes -su empresa lo había trasladado al extranjero-. Un amplio apartamento de alquiler, buena salud y una envidiable silueta para sus 33 años.

Sin embargo, no era feliz. Y lo desesperante era que tampoco sabía qué le faltaba para ser feliz

Había hecho diferentes terapias, un curso de eneagrama, talleres de coaching… pero seguía igual. Eso sí, se esforzaba en imaginar otras vidas posibles que tal vez le procurarían la ansiada realización. Aquel sábado por la mañana, Adriana se entregó a ese ejercicio de fantasía. Había bajado a comprar el periódico bajo un clima gélido y, antes de regresar a casa, se había detenido en un café cercano.


Tras una ración de malas noticias en la prensa, pidió un té verde. Mientras contemplaba desde la cristalera los árboles helados por el frío, se entregó a sus habituales ensoñaciones. Dio un primer sorbo a la infusión y empezó a diseccionar los elementos que conformaban su apática existencia.

Cobraba un buen sueldo en la multinacional y el ambiente rea agradable, pero no le seducía hacer lo mismo toda la vida. Si esperaba cinco o seis años más, sería ya demasiado tarde para cambias.

Albergaba las mismas dudas sobre su novio. Mientras vivían juntos le había parecido un hombre perfecto, Ahora, sin embargo, aunque hablaban por teléfono cada día, la relación a distancia la había enfriado. Entre otras cosas, le parecía que él se había acostumbrado demasiado rápido a estar sin ella.

Si Adriana descubría al final que él no era la persona adecuada, le resultaría difícil encontrar a otro hombre para una relación seria, y entre tanto el reloj de la maternidad seguía corriendo…

Cuanto más analizaba su vida, mayor era su confusión.

Tras el trabajo y el amor, le tocó el turno al apartamento que tenía alquilado desde hacía seis años. Era la envidia de sus amigos, pero Adriana ya se había cansado de aquella finca de principios del siglo XX.

Las habitaciones eran espaciosas y los techos altos, pero el piso era una fuente constante de contratiempos. Cuando no aparecía una grieta, había algún problema de cañerías, por no hablar de lo que costaba calentar aquellos 90 metros cuadrados, demasiados para una mujer que ahora estaba sola.

Tal vez debería mirar un piso nuevo de compra, se dijo, ahora que los precios habían caído en picado. Ciertamente, tenían menos encanto que una finca modernista y estaban en barrios menos céntricos, pero tenía que pensar en el futuro. De cara a la jubilación, era prudente conseguir una vivienda propia, aunque fuera modesta.

Una vez hubo puesto patas arriba toda su existencia, Adriana terminó su té con un suspiro y salió del establecimiento.

Aquel fin de semana prometía ser mortal de necesidad, pensó mientras, congelada, se apresuraba a rehacer el camino a casa. Todos sus amigos habían aprovechado la llegada de la nieve para salir a esquiar. Como no tenía familiares en la ciudad, pasaría el tiempo libre leyendo con una manta sobre las rodillas, igual que su abuela.

Al llegar al portal de su casa, de repente hizo un terrible descubrimiento: se había dejado las llaves dentro. Le había pasado ya un par de veces, aunque nunca en fin de semana. Su mejor amiga tenía copia de las llaves, pero vivía sola y en aquel momento se encontraba en una lejana estación de esquí. El otro juego lo tenía la mujer de la limpieza. La llamó inmediatamente al móvil, dispuesta a tomar un taxi para recoger las llaves allí donde estuviera, pero le saltó el contestador.


Abrumada, de repente Adriana se dio cuenta de que no tenía a dónde ir. Para resguardarse del viento helado, se metió en un bar de su misma calle y llamó otras dos veces a la única persona que podía procurarle las llaves.

El teléfono seguía apagado. ¿Lo habría desconectado todo el fin de semana? ¿Y si la mujer de la limpieza, como sus amigos, también pasaban los días fuera, en un lugar sin cobertura? En este caso estaba perdida. Se vería obligada a deambular por las calles sábado y domingo sin que nadie le pudiera echar una mano. Como mucho, podía coger una habitación en un hotel, pero ni siquiera dispondría de ropa para cambiarse.

`Muchos buscan la felicidad como otros buscan el sombrero: lo llevan encima y no se dan cuenta´. Nikolaus Lenau

Horrorizada ante aquella perspectiva, de repente su viejo piso se le antojaba el lugar más confortable del universo. Todas sus cosas estaban allí; y la novela que acababa de empezar y que la tía totalmente atrapada. Además, había comida deliciosa en la nevera y le apetecía mucho cocinar. Había pensado poner su CD favorito y servirse una copa de vino mientras elaboraba la receta sin prisa. Mientras pensaba en estos planes que se habían ido al traste por su distracción, le entraron ganas de llorar.

Justo en ese momento, su teléfono móvil empezó a sonar. Adriana lo buscó frenéticamente en el bolso deseando que fuera la mujer de la limpieza. Estaba tan alterada que al ver en la pantalla el nombre de su novio sintió casi una decepción.

Le contó atropelladamente lo que le había sucedido. Él respondió al otro lado con una sonrisa que solo consiguió acrecentar su furia.

- ¿Te parece divertido?

-Por supuesto -contestó él-, sobre todo porque te llamo desde casa. Desde nuestro apartamento. He venido en plan sorpresa y, al ver que no estabas, te ha llamado.

Eufórica y aliviada, Adriana corrió hacia el viejo apartamento sin perder un solo instante. Apenas dos minutos después estaba besando a aquel hombre del que una hora antes había tenido sus dudas.

- ¡Será posible! ¿Por qué no has avisado de que venias? -le preguntó.

-Ya te he dicho que quería darte una sorpresa. De hecho, son dos: la otra es que he venido para quedarme. He pedido a la central volver a mi antiguo puesto. Te echaba demasiado de menos, cielo.

Tras abrazarlo todavía con más intensidad, Adriana supo por primera vez que estaba con quien quería estar y donde quería estar. La felicidad andaba tan cerca que hasta entonces su miopía emocional la había impedido verla.

Francesc Miralles

 

 

viernes, 24 de noviembre de 2023

LOS TRES ANCIANOS

 

LOS TRES ANCIANOS

Cuento los tres ancianos: adaptación de un cuento popular de origen desconocido.

Una cálida tarde de veranos, cuando estaba a punto de ponerse el sol, una mujer salió al jardín de su casa con una gran jarra de agua entre las manos para regar las flores. 

¡Adoraba las plantas y nada le gustaba más que cuidarlas con esmero!

Mientras contemplaba sus hermosas begonias observó que tres ancianos de barba blanca como la nieve traspasaban la valla de su propiedad y se sentaban sobre la hierba. Extrañada, dejó la jarra sobre el banco de piedra que tenía en la entrada y se acercó a hablar con ellos.

-Buenas tardes, caballeros. No los conozco… ¿Son nuestros vecinos?

Uno de los ancianos, el que estaba sentado a su derecha, se apresuró a responder:

-No señora, no somo de por aquí.

La mujer se dio cuenta de que eran muy viejitos y que además parecían cansados y hambrientos. Generosamente, los animó a entrar.

-Me da la sensación de que tienen apetito y me gustaría invitarles a probar el estofado que acabo de preparar. Mi marido y yo estaremos encantados de compartir nuestra humilde mesa con ustedes.

Los ancianos se miraron y el que estaba sentado a la izquierda tomo la palabra.


-Es usted muy amable pero no podemos ser invitados a una casa los tres juntos.

La mujer se quedó estupefacta.

-Perdone poro no entiendo lo que dice ¿Qué quieren decir con que no pueden entrar los tres juntos? Mi casa no es muy grande, pero hay sitio para todos.

El tercer anciano, situado en medio de los otros dos, sonrió y se lo explicó todo.

-Mi nombre es riqueza y vengo a traerles toda la fortuna que se pueda imaginar. Mi compañero de la derecha se llama Éxito y viene cargado de fama y honores. El que está sentado a mi izquierda se llama Amor y quiere regalarles afecto y ternura a raudales.

Por un momento la mujer pensó que esos tipos extraños le estaban tomando el pelo, pero antes de que pudiera decir nada, Riqueza siguió hablando.

- Solo uno de nosotros podrá cenar con ustedes, pues debe elegir entre la riqueza, el éxito o el amor. No se preocupe, esperaremos aquí mientras lo decide con su familia.

La mujer asintió con la cabeza y entró corriendo en la casa. Su esposo estaba tumbado en la cama, muy concentrado en la lectura de un libro que tenía entre las manos; su hija, una linda niña de diez años, sentadita sobre el suelo de madera peinaba a su muñeca favorita.

- ¡Escuchadme, por favor, tengo algo urgente que contaros!

Los dos la miraron intrigados y ella relató palabra por palabra la conversación que acababa de tener con los ancianos de barba blanca. Cuando terminó, su marido pensó que todo era muy raro.

- ¡Tranquilízate, cariño! ¿No se tratará de una broma?

-No, no, te aseguro que dicen la verdad ¡Sé reconocer cuando alguien miente descaradamente y estos tres caballeros parecen muy sinceros!

-Bueno, vamos a suponer que tienes razón. Si es cierto lo que cuentan ¡estamos ante una oportunidad increíble que no podemos desaprovechar!

El hombre empezó a pensar de un lado a otro más nervioso que una lagartija en una caja de zapatos.

-Creo que debemos elegir a Riqueza… ¿Te imaginas lo que sería ser ricos para siempre? ¡Tendríamos de todo y viviríamos como reyes!

La esposa negó con la cabeza.

- ¡Uy, no sé, no sé…! No lo tengo nada claro ¿No sería mejor invitar a Éxito? Seríamos admirados por todo el mundo y la gente nos trataría de manera especial ¡Siempre he deseado ser una persona famosa e importante!

La niña, que escuchaba atentamente la conversación, los miró con incredulidad y expresó su más sincera opinión.

- ¡Papá, mamá, no os entiendo! Lo más importante en la vida es el amor y es a Amor a quien debemos invitar a cenar.

Los padres se quedaron callados y se sintieron profundamente avergonzados. La madre se agachó y acariciándole la carita, le dijo:

-Tienes razón, cariño mío, el amor es lo que tiene más valor.

El padre también se puso a su altura y reconoció su equivocación.

- ¡Ay, hija mía, ¡qué bien hablas y qué bien razonas! ¡Ahora mismo salgo a comunicarles nuestra decisión!

Descalzo como estaba salió al jardín y vio a los tres ancianos esperando en silencio, tal y como habían prometido.

-Señores, nos gustaría muchísimo que pasaran los tres, pero como solo podemos escoger a uno hemos decidido que con mucho gusto invitamos a Amor. Si es tan amable, acompáñeme, por favor.

Amor, el anciano con más cara de bonachón, se acercó a él y juntos caminaron sobre la hierba. Entraron en la casa y la mujer le indicó que se sentara en la mesa.

-Es un placer tenerle con nosotros, señor Amor.

El Anciano sonrió y tomo asiento. En ese mismo instante, los otros dos se presentaron en el comedor. La familia se miró desconcertada y la mujer se acercó a ellos con amabilidad.

-Pasen, por favor, están en su casa. Estamos felices de que también se unan a la cena, pero me gustaría saber por qué al final los tres aceptan nuestra invitación. Nos hicieron escoger a uno y decidimos que fuera Amor… ¡Perdonen, pero la verdad es que no entiendo nada!

El señor Amor miró a la niña que estaba sentada a su lado, le guiñó un ojo, y resolvió el misterio.

-Verá, buena mujer, todo tiene una fácil explicación: si hubiera escogido el éxito o la riqueza los otros dos nos habríamos quedado fuera, pero me ha elegido a mí, y a donde yo voy ellos van, pues donde hay amor, siempre hay éxito y riqueza. 

¡Ahora todo estaba aclarado! El matrimonio entendió que vivir rodeados de amor es lo que realmente a la felicidad completa. Gracias a su maravillosa hija habían elegido bien, pues el amor les traería también éxito y riqueza en la vida.

Los seis se dieron un cálido abrazo y después compartieron el aromático estofado casero, que por cierto, estaba para chuparse los dedos.

jueves, 23 de noviembre de 2023

UNA FÁBULA TAOÍSTA

 

UNA FÁBULA TAOÍSTA

En el Lieh Tzu se cuenta que un hombre, que había perdido su hacha, sospechaba que se la había robado el hijo de su vecino. Su modo de andar, su talante y su manera de hablar lo señalaban como el ladrón. Sus acciones, cada uno de sus movimientos y, de hecho, su conducta en general indicaba con claridad que él y no otro había robado el hacha. Con el tiempo, sin embargo, mientras cavaba en su jardín, el dueño se encontró con el implemento perdido. Al día siguiente, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, no halló ningún rastro de culpa en sus movimientos, ni en sus acciones, ni en su conducta en general.

Julio Trujillo

En este breve relato, el autor, hace referencia al Lieh Tzu, una de las tres obras principales del taoísmo Filosófico. A través de esta anécdota, intenta explicar cómo el ser humano es capaz de determinarse frente a ideas erróneas y juzgar a alguien sin tener argumentos válidos.

El escritor mexicano Julio Trujillo (1969) se ha dedicado principalmente a la poesía.




 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

“MI PADRE, JOVEN, VINO A DESPEDIRSE DE MÍ”

 

“MI PADRE, JOVEN, VINO A DESPEDIRSE DE MÍ”

Cristina Domínguez Sarceda

(48 años, Soprano, Madrid).

“Mi padre falleció un 24 de febrero del 2015. Lo enterramos dos días después y vivimos todo aquello como si fuera una película, que la ves pero que no te está pasando a ti. El sepelio se celebró tan rápido que casi no nos dimos cuenta. Esperábamos que el sacerdote le dedicara unas palabras o que dijese algo más, pero fue un rito muy poco personal, muy metódico, la misa del día. Sólo mencionó que se había dedicado a mi padre, pero nada más, y cuando nos quisimos dar cuenta, ya estaba enterrado y procedían a cerrar la tapa.


Nos fuimos todos de allí, y yo, que estaba agotada, me marché a mi casa a dormir. Llegó la noche y lo digo clarísimamente: mi padre vino a despedirse de mí. Me lo encontré, pero además joven, moreno, guapo como él era. Me estaba mirando con una sonrisa preciosa y con una mirada de amor única. Lo decía todo. Me dijo: “Estoy aquí aún. No me ha ido todavía porque tenía que venir a despedirme”. Me dio un vuelco el corazón.


Estaba junto a mí, en mi cuarto, pero al mismo tiempo como en un entorno hospitalario, y muy joven. Pero aquella aparición, lejos de asustarme, me dejó como reconfortada. Quedé con una paz tan profunda, que estaba segura de que mi padre estaba bien”.



lunes, 20 de noviembre de 2023

LA BOLSA INTERIOR

 

LA BOLSA INTERIOR

Alfonso sopló con triste resignación las dos velas con el 4 y el 0 sobre la tarta. Nunca había sido aficionad a las fiestas, pero esperaba algo más brillante para su entrada en la cuarentena. Había convocado a media docena de personas, pero sus invitaciones habían sido rechazas con todo tipo de excusas. Todo lo que tenía para celebrar su cumpleaños, además de aquella tarta, eran dos felicitaciones formales -una de su banco, y otra de su gestor- y un obsequio de un familiar lejano que le había herido en lo más hondo: un fin de semana para dos personas en un balneario.

Se guardó el cupón en su bolsillo trasero para tirarlo en una papelera cuando saliera a la calle. Alfonso no tenía novia ni amigos que quisieran compartir un aburrido fin de semana en aguas termales. Atribuía su nula vida social al exceso de trabajo. Desde que había estallado la crisis, su profesión de analista financiero le obligaba a estar de sol a sol delante de una pantalla llena de cifras. Sus propios números no iban mal, se dijo mientras bajaba a la calle para dar un paseo nocturno. A sus 40 años ya casi había pagado la hipoteca del piso. Tenía a, además, una plaza de aparcamiento en propiedad, un coche deportivo y una motocicleta que solo había sacado un par de veces. Su plan de pensiones empezaba a estar nutrido, y una herencia en metálico que tenía a plazo fijo le garantizaba buenos intereses.

Pese a disponer de todo aquello, la noche de su cumpleaños se sentía vacío. Tal vez fuera porque ese domingo ya habían cerrado los pocos bares de su barrio. Alfonso deseaba tomar una cerveza antes de acostarse, con el murmullo de solitarios clientes de barra que charlaban con el camarero. Buscando un lugar con vida en el desierto urbano, se dio cuenta de que se había alejado mucho de casa. Miró el reloj y vio que ya era media noche. Aquel largo paseo nocturno había sido una triste celebración de cumpleaños. Resignado a iniciar como cuarentón una semana más, Alfonso se sintió repentinamente cansado y decidió que tomaría un taxi para regresar.

Mientras trataba de descubrir entre el escaso tráfico una salvadora luz verde, se le ocurrió revisar su cartera y advirtió, fastidiado, que no llevaba dinero en metálico. Contrariado, decidió proveerse de fondos en un cajero antes de subirse a un taxi. Miró a su alrededor. Poe suerte, había un cajero justo al otro lado de la acera donde él se encontraba. Cruzó la calle a grandes zancadas movilizado por su impaciencia para regresar a casa.

El cajero se hallaba dentro del vestíbulo de una oficina bancaria, y Alfonso vio con desagrado que un indigente dormía junto a la máquina dispensadora de billetes. Le violentaba sacar dinero al lado de alguien que no tiene absolutamente nada. Le hacía sentirse vencedor de una guerra en la que no había pedido tomar parte. Fue ese sentimiento de pudor el que hizo que, tras obtener cuatro billetes de 20 euros, dejara uno de ellos en la mano abierta del mendigo, que parecía dormido. Como si hubiera notado el peso ínfimo del billete, los dedos callosos de la persona que parecía dormir se cerraron para atrapar los 20 euros. Justo entonces abrió sus ojos y le habló con refinado acento:

-Le agradezco la dávila, caballero, y la acepto solo por no hacerle el feo de devolver un regalo. Lo cierto es que no necesito nada, soy inmensamente rico.

Alfonso se quedó boquiabierto ante las palabras de aquel hombre, al que calificó enseguida de chiflado. Por la propiedad con la que se expresaba, dedujo que había sido alguien que, tiempo atrás, había gozado de una posición acomodada. Quizá una quiebra, un divorcio mal negociado, el alcohol o alguna enfermedad mental le habían hecho caer en desgracia. Sintiendo lástima por aquel indigente, Alfonso le preguntó:

-Si es tan rico… ¿Qué hace durmiendo aquí?

-Hace un poco de frio en casa, por eso me he venido a echar una cabezadita aquí dentro. Además, en este lugar se hacen amigos. ¿Vamos a tomar un café?

El hombre le guiñó un ojo mientras se levantaba de su lecho formado por periódicos y se sacudía el polvo.

-Está todo cerrado -dijo Alfonso, sorprendido por el rumbo inesperado que estaba tomando aquella noche.

-No todo. En una gasolinera a tres calles de aquí podemos tomar café y un bocadillo.

Cuando se pusieron en camino, Alfonso pensó que sus situaciones vitales no podían ser más diferentes, pero le resultaba muy fácil hablar con aquel hombre caído en desgracia.

- ¿Dice entonces que hace un poco de frio en su casa? ¿Dónde vive usted?

-En una vivienda que tiene miles de metros cuadrados. ¿Qué digo, miles…? ¡Millones!

-La calle, claro, como un señor.

- ¿Y eso?

-Tengo una ruta de varios establecimientos donde me respetan y me guardan siempre las sobras. Nunca me falta un plato caliente. A cambio, yo les aconsejo dónde invertir lo que tienen.

El analista financiero se quedó pasmado ante esto último. Al notar su asombro, el indigente le dijo:

-También le puedo asesorar a usted.

-Pero… no tiene ni idea de mis propiedades ni de mis activos. ¿Cómo va a aconsejarme entonces?

-No necesito conocer el estado de sus cuentas bancarias para saber que un hombre que pasea solo a estas horas ha errado en sus inversiones. Puede que tenga propiedades y activos, como bien ha dicho, quizás haya ganado incluso en bolsa, pero allí no se negocia la auténtica riqueza.

- ¿Dónde se encuentra entonces? -preguntó Alfonso fascinado.

-En la bolsa interior – dijo el hombre señalando su corazón- es donde se encuentran las divisas que nunca pierden valor, como el amor o la amistad. Si hubiera invertido en esa cartera, no se encontraría deambulando solo un domingo por la noche.

Francesc Miralles