“Cuenta
una vieja historia que un hombre llevaba a su padre al asilo, como era muy
pobre no tenía ningún medio de locomoción y llevaba a su progenitor a cuestas
en burro, o sea, en sus espaldas, en un momento determinado se sintió muy
cansado y se paró para descansar. Antes de seguir, sentó a su padre en una
piedra y él hizo lo mismo en otra. Allí estuvieron un rato callados, al final
el padre rompió el silencio y le dijo a su hijo: «Qué casualidad», aquel le
preguntó: «¿Por qué padre?» y el viejo le respondió: «En esa piedra en la que
tú estás sentado me senté yo para descansar cuando llevaba a mi padre al
asilo». El hijo se quedó un rato pensando y al final dijo: «Ah, esto entonces
es una cadena, pues la cadena se rompe aquí». Se volvió a cargar a su padre,
dio media vuelta y volvió por el camino que había venido, llegó a su casa y
dejó allí a su padre hasta su muerte”.
A casi
todo el mundo le llega un momento en la vida en que se tiene que hacer cargo de
sus padres y no todos afrontan la situación de la misma manera. Por regla
general las familias más pobres tienden a cuidar a sus mayores hasta la muerte
mientras que las más acomodadas asumen la cuestión de diversas maneras, o bien
cuidándolos ellos, o pagan a una persona, o los llevan a una residencia de
mayores. La figura de los abuelos en la familia antiguamente era lo más
habitual, incluso se reflejaba en las historietas que leíamos como, por ejemplo,
el simpático abuelo Cebolleta y sus típicas «batallitas». Pero a medida que nos
hemos acomodado parece ser que algo nos impide devolverles a nuestros padres
los cuidados que ellos nos hicieron a nosotros en reciprocidad. Mucha gente
argumenta que no tiene tiempo, pero eso es relativo porque el tiempo es el
mismo para todos. La soledad a la que se ven abocados los ancianos es muy dura
y muy triste, por eso nos debemos encomendar la tarea de acompañarlos todo lo
que podamos pensando en que ellos nunca nos abandonarían a nosotros y amor se
paga con amor.
Nunca
he estado dentro de una residencia y me la imagino toda llena de ancianos
asistidos por los cuidadores, unos caminando, otros en silla de ruedas o con
muletas y así. Siempre me viene a la mente una idea de cómo será la vida de
esta gente ahí, habrá quien se conforme, quien se sienta a gusto por estar con
personas de su misma edad y quien no lo lleve tan bien y se sientan
abandonados. Pienso que cada vez que lleguen visitas se quedarán mirando a ver
si es para ellos y se decepcionarán la mayoría de las veces, y cuando la visita
sea para ellos se les hará cortita y allí se quedarán esperando ansiosos a que
llegue la próxima vez que también se les hará poco.
Todos
hemos visto alguna vez o muchas a un perro abandonado, vemos como se nos queda
mirando como si estuviese suplicando que lo adoptemos y luego sigue mirando a
todo el que pasa con la esperanza de que vuelva su dueño, cosa que rara vez
pasará. Uno se pone a pensar en esas cosas y se pregunta si ese tipo de gente
no siente remordimiento o si cada vez que piensa en la crueldad que cometió no
luchará denodadamente consigo mismo para poder superarlo ideando disculpas que
justifiquen ese acto dañino y cobarde. Cada cual es libre de hacer lo que
quiera y de hecho así sucede y nos enteramos de cosas terribles que pasan a
nuestro alrededor que nos llena de estupefacción y no nos cabe en la cabeza que
esas cosas sean actos humanos, por otro lado, está la gente bondadosa, que
seguro son muchos más, las cuales contrarrestan a la mala gente insuflándonos
alegría y esperanza en nuestra propia raza. Cuando realizamos un acto
determinado, si es bueno nos enorgullecemos de ello y hablamos del mismo con
dignidad y satisfacción, si por el contrario es malo, cada vez que sospechamos
que alguien se puede enterar del mismo, nos retiramos subrepticiamente con
temor de que seamos descubiertos.
Hay que
ser consciente de que cuidar a nuestros mayores requiere mucho sacrificio por
nuestra parte y uno puede llegar a pensar que está perdiendo el tiempo. ¿Y qué
es perder el tiempo? A mí se me antoja que perderlo es hacer cosas de las cuales
no nos podamos sentir orgullosos y además pasará irremediablemente y si la
salud lo permite llegaremos a ser viejos y puede ser que cuando nos veamos
decrépitos nos acordemos de esa vieja historia que comenté al principio y
pensemos en el hijo que pensando en sí mismo se compadeció de su padre.
Agustín Del Pino Calderín
«La
cigüeña, cuando es vieja, pierde la vista, y procuran cuidarla en su edad
madura todas sus pequeñas. Aprendan de las cigüeñas este ejemplo de ternura»
Martín Fierro
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