El
aleteo de la mariposa
Él le había contado
que todas las cosas tienen un color, algunos más bonitos que otros, pero que
absolutamente todo, aun las cosas tristes, les habían copiado el color a las
flores. Las flores…. esas cositas aterciopeladas y olorosas que solía tocar y
oler.
Él le había enseñado
a caminar si miedo, moviendo alegremente e bastón hacia la derecha o a la
izquierda, buscando obstáculos o haciéndola girar en el aire cuando quería demostrar
que podía andar sin tener que utilizarlo y no llevarse los objetos por delante.
Le hizo sentir que
ella no era diferente a las demás personas, que podía también inspirar amor y
sentirlo…, tanto, que a veces parecía que le iba a estallar el corazón Le habló
de la forma de todas las cosas fue aprendiendo todo aquello que durante veinte
años no supo, porque en su casa siempre estaban muy ocupados trabajando. No
había tiempo para enseñarle a diferenciar la forma del pétalo de una margarita
del de un rosa, nunca se sentaron a leerle un poema o un cuento, ni le hablaron
de los diferentes colores del mar.
Cuando apareció él,
dejó de sentarse durante horas en el patio sin ocuparse de nada, solo, mirando
sin ver y comenzó a interesarse hasta en las mínimas cosas. Él le consiguió
varios libros escritos en braille, le grabó cassettes con hermosas canciones,
le llevaba a la orilla del río para que aspirara con el olor a “aromitas” que
venía del norte y escuchara el chac, chac dulce de las olas al chocar contra
las piedras de la orilla. Él le quitó e velo que le impedía ver el lado bueno
de todo.. y entre ruidos de olas despeñadas, piar de garzas y olor a
culantrillo, le desveló el secreto del amor más allá de las caricias.
Pero como la
felicidad es sólo rayos calentitos de sol entre días de lluvia, le contó que iría
a estudiar a otro país, que era inevitable porque le dieron una beca solicitada
mucho antes de conocerla. Trató de consolarla prometiéndole una carta cada
quince días y su amor y pensamiento todas las horas del día. Le enseñó a sentir
el aleteo de las mariposas amarillas a su alrededor. “¿Para qué?”, le preguntó
ella, completamente triste. “Para que te avisen que viene una carta mía en
camino”.
Y volvió a su rutina
de ayudar a lavar cubiertos, arreglar su cama, releer sus pocos libros y
esperar cartas. Se sentaba durante horas en el jardín ansiando escuchar los
aleteos. Cuando llegó la primera carta su alegría se convirtió en desazón
porque no sabía a quién pedir que se la leyera. Sentía vergüenza de sus
hermanos y de su madre, entonces se lo pidió a la vecina adolescente, pero
luego a la hora de contestarla fue peor, porque él no leía en braille y no
quería un intermediario para escribirle en escritura normal. No habían previsto
este problema. Entonces grabaron sus pensamientos, y en vez de cartas, se enviaban
casstettes.
Con o sin aleteo
previo de mariposas pálidas, recibió noticias de él durante un año, luego, hacía
enero del año entrante, l ciudad se vio invadida por miles de mariposas y ya no
llegaron los cassettes ni cartas. Hacia marzo, no quedaron mariposas ni
esperanzas.
Volvía al almacén,
de la otra cuadra cuando tropezó con alguien. “Disculpe”- dijo-, apuntando su
bastón hacia la derecha… Él le tomó las manos y le contó que una pequeñísima
mariposa lila iba delante de ella, aleteando con todas sus fuerzas para
avisarle que él se estaba acercando.
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