Los carneros y el gallo
Adaptación de la fábula de Godofredo
Daireaux
Una
mañana de primavera todos los miembros de un rebaño se despertaron
sobresaltados a causa de unos sonidos fuertes y secos que provenían del
exterior del establo. Salieron en tropel a ver qué sucedía y se toparon con una
pelea en la que dos carneros situados frente a frente estaban haciendo chocar
sus duras cornamentas.
Un gracioso corderito muy fanático de los chismes fue
el primero en enterarse de los motivos y corrió a informar al grupo. Según sus
fuentes, que eran totalmente fiables, se estaban disputando el amor de una
oveja muy linda que les había robado el corazón.
– Por lo visto está coladita por los dos, y como no
sabía a cuál elegir, anoche declaró que se casaría con el más forzudo. El resto
de la historia os la podéis imaginar: los carneros se enteraron, quedaron para
retarse antes del amanecer y… bueno, ahí tenéis a los amigos, ahora rivales,
enzarzados en un combate.
El jefe del rebaño, un carnero maduro e inteligente al
que nadie se atrevía a cuestionar, exclamó:
– ¡Serenaos! No es más que una de las muchas peloteras
románticas que se forman todos los años en esta granja. Sí, se pelean por una
chica, pero ya sabemos que no se hacen daño y que gane quien gane seguirán
siendo colegas. ¡Nos quedaremos a ver el desenlace!
Los presentes respiraron tranquilos al saber que solo
se trataba de un par de jóvenes enamorados compitiendo por una blanquísima
ovejita; una ovejita que, por cierto, lo estaba presenciando todo con el
corazón encogido y conteniendo la respiración. ¿Quién se alzaría con la victoria?
¿Quién se convertiría en su futuro marido?… ¡La suerte estaba echada!
Esta era la situación cuando un gallo de colores al
que nadie había visto antes se coló entre los asistentes y se sentó en primera
fila como si fuera un invitado de honor. Jamás había sido testigo de una riña
entre carneros, pero como se creía el tipo más inteligente del mundo y adoraba
ser el centro de atención, se puso a opinar a voz en grito demostrando muy mala
educación.
– ¡Ay madre, vaya birria de batalla!… ¡Estos carneros
son más torpes que una manada de elefantes dentro de una cacharrería!
Inmediatamente se oyeron murmullos de desagrado entre
el público, pero él se hizo el sordo y continuó soltando comentarios
fastidiosos e inoportunos.
– ¡Dicen por aquí que se trata de un duelo entre
caballeros, pero la verdad es que yo solo veo dos payasos haciendo bobadas!…
¡Eh, espabilad chavales, que ya sois mayorcitos para hacer el ridículo!
Los murmullos subieron de volumen y algunos le miraron
de reojo para ver si se daba por aludido y cerraba el pico; de nuevo, hizo caso
omiso y siguió con su crítica feroz.
– Aunque el carnero de la derecha es un poco más ágil,
el de la izquierda tiene los cuernos más grandes… ¡Creo que la oveja debería
casarse con ese para que sus hijos nazcan fuertes y robustos!
Los espectadores le miraron alucinados. ¿Cómo se podía
ser tan desconsiderado?
– Aunque para ser honesto, no entiendo ese empeño en
casarse con la misma. ¡A mí me parece que la oveja en cuestión no es para
tanto!
Los carneros, ovejas y corderos enmudecieron y se hizo
un silencio sobrecogedor. Sus caras de indignación hablaban por sí solas. El
jefe de clan pensó que, definitivamente, se había pasado de la raya. En nombre
de la comunidad, tomó la palabra.
– ¡Un poco de respeto, por favor!… ¡¿Acaso no sabes
comportarte?!
– ¿Yo? ¿Qué si sé comportarme yo?… ¡Solo estoy
diciendo la verdad! Esa oveja es idéntica a las demás, ni más fea, ni más
guapa, ni más blanca… ¡No sé por qué pierden el tiempo luchando por ella
habiendo tantas para escoger!
– ¡Cállate mentecato, ya está bien de decir tonterías!
El gallo puso cara de sorpresa y respondió con
chulería:
– ¡¿Qué me calle?!… ¡Porque tú lo digas!
El jefe intentó no perder los nervios. Por nada del
mundo quería que se calentaran los ánimos y se montara una bronca descomunal.
– A ver, vamos a calmarnos un poco los dos. Tú vienes
de lejos, ¿verdad?
– Sí, soy forastero, estoy de viaje. Venía por el
camino de tierra que rodea el trigal y al pasar por delante de la valla escuché
jaleo y me metí a curiosear.
– Entiendo entonces que como vives en otras tierras es
la primera vez que estás en compañía de individuos de nuestra especie…
¿Me equivoco?
El gallo, desconcertado, respondió:
– No, no te equivocas, pero… ¿eso qué tiene que ver?
– Te lo explicaré con claridad: tú no tienes ningún
derecho a entrometerte en nuestra comunidad y burlarte de nuestro
comportamiento por la sencilla razón de que no nos conoces.
– ¡Pero es que a mí me gusta decir lo que pienso!
– Vale, eso está muy bien y por supuesto es respetable,
pero antes de dar tu opinión deberías saber cómo somos y cuál es nuestra forma
de relacionarnos.
– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es, si se puede saber?
– Bueno, pues un ejemplo es lo que acabas de
presenciar. En nuestra especie, al igual que en muchas otras, las peleas
entre machos de un mismo rebaño son habituales en época de celo porque es
cuando toca elegir pareja. Somos animales pacíficos y de muy buen carácter,
pero ese ritual forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra naturaleza.
– Pero…
– ¡No hay pero que valga! Debes comprender que para
nosotros estas conductas son completamente normales. ¡No podemos luchar contra
miles de años de evolución y eso hay que respetarlo!
El gallo empezó a sentir el calor que la vergüenza
producía en su rostro. Para que nadie se diera cuenta del sonrojo, bajó la
cabeza y clavó la mirada en el suelo.
– Tú sabrás mucho sobre gallos, gallinas, polluelos,
nidos y huevos, pero del resto no tienes ni idea ¡Vete con los tuyos y deja que
resolvamos las cosas a nuestra manera!
El gallo tuvo que admitir que se había pasado de
listillo y sobre todo, de grosero, así que si no quería salir mal parado debía
largarse cuanto antes. Echó un último vistazo a los carneros, que ahí
seguían a lo suyo, peleándose por el amor de la misma hembra, y sin ni siquiera
decir adiós se fue para nunca más volver.
Moraleja: Todos tenemos derecho a expresar nuestros pensamientos
con libertad, claro que sí, pero a la hora de dar nuestra opinión es importante
hacerlo con sensatez. Uno no debe juzgar cosas que no conoce y mucho menos si
es para ofender o despreciar a los demás.
© Cristina Rodríguez Lomba