viernes, 25 de marzo de 2022


 

Un día, una madre de familia rica y muy acomodada, con el firme propósito de que su hija valorara lo afortunada que era de poder gozar de tal posición, y se sintiera orgullosa de ella, la llevó para que pasara un par de días en el monte, con una familia campesina muy humilde.

Pasaron tres días y dos noches en su vivienda de campo. En el auto, retornando a la ciudad, la madre preguntó a su hija.

– ¿Qué te pareció la experiencia?…

– Buena -contestó la hija con la mirada puesta en la distancia.

– «¿Te diste cuenta de lo pobre que puede llegar a ser la gente?»

– “Sí, mamá”

– Y… ¿qué aprendiste? -insistió la madre.

– Muchas cosas, mamá…que nosotras tenemos un perro… y ellos tienen cuatro.

Nosotras tenemos una piscina con agua estancada, que llega a la mitad del jardín… y ellos tienen un río sin fin, de agua cristalina, donde hay pececitos y otras bellezas.
Que nosotras importamos linternas de Oriente para alumbrar nuestro jardín… mientras que ellos se alumbran con las estrellas y la luna.
Nuestro patio llega hasta la cerca… y el de ellos llega al horizonte.
Que nosotras compramos nuestra comida… ellos, siembran y cosechan la de ellos.
Nosotras oímos CDs… ellos escuchan una perpetua sinfonía de jilgueros, cardenales, pericos, ranas, sapos, grillos y otros animalitos… todo esto a veces dominado por el sonoro relinchar del caballo de un vecino que trabaja su monte. Nosotras cocinamos en microondas… ellos, todo lo que comen tiene ese glorioso sabor del fogón de leña o del horno de barro.
Para protegernos, nosotras vivimos rodeados por un muro, con alarmas… ellos viven con sus puertas abiertas, protegidos por la amistad de sus vecinos.
Nosotras vivimos ‘conectadas’ al móvil, al ordenador, al televisor… ellos, en cambio, están ‘conectados’ a la vida, al cielo, al sol, al agua, al verde del monte, a los animales, a sus siembras, a su familia…
Tú y papá tenéis que trabajar tanto que casi nunca os veo… ellos tienen tiempo para hablar y convivir cada día en familia…

La madre quedó impactada por la profundidad del pensamiento de su hija… y entonces la niña terminó:

– ¡Gracias, mamá, por haberme enseñado lo pobres que somos!
 

Esta historia nos hace reflexionar. La felicidad es un estado interior poderoso que no depende de factores externos, sino que está en nuestro interior, y depende de nuestra actitud en la vida.
Si atamos la felicidad al dinero, a las posesiones ó a ciertas condiciones especiales, entonces nos arriesgamos a perder la felicidad en cualquier momento.

– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.

 

martes, 22 de marzo de 2022


Ojeando un artículo de la revista “Bueno Para la Salud” me ha llamado la atención esta enfermedad, que parece lejana pero que la tenemos más cerca de lo que parece.

Os lo voy a compartir e iremos comentando sobre del tema sobre la marcha.

¿Qué es el insomnio fatal familiar?

Redacción, 27-07-2021.- Casi todo el mundo experimenta insomnio en algún momento de su vida. Sin embargo, en raros casos este fenómeno tan desagradable puede ser señal de un problema subyacente grave.

Tal y como recoge 20 minutos, es muy frecuente, de hecho, que el insomnio vaya ligado a problemas psicológicos (como trastornos de estrés, ansiedad o depresión) y también puede ser síntoma de diversos problemas neurológicos y hasta algunas enfermedades infecciosas. En ocasiones, puede venir provocado por una rara enfermedad genética y hereditaria, en lo que se conoce como insomnio familiar fatal.

¿Qué es el insomnio familiar fatal y cuáles son sus causas?

El insomnio familiar fatal es una enfermedad rara hereditaria que provoca que la persona afectada tenga dificultad o incluso imposibilidad para conciliar el sueño. Lo padecen muy pocas personas en el mundo, y aproximadamente la mitad de ellas proceden de las comunidades autónomas españolas de Euskadi y Navarra así como de la ciudad de Jaén.

Se trata de un trastorno de evolución progresiva que afecta tanto a mujeres como a hombres especialmente en la edad adulta. Desde su aparición, cursa en un periodo que oscila entre los seis meses y los cuatro años y lleva al coma y, finalmente, a la muerte.

Cabe por tanto señalar que, aunque numerosos estudios han encontrado factores genéticos relacionados con el insomnio, no es a esto a lo que se refiere el término insomnio familiar fatal, sino que es un trastorno diferenciado con características propias.

Forma parte del grupo de las encefalopatías espongiformes transmisibles, como la enfermedad de Creutfeldt-Jacob o la enfermedad de las ‘vacas locas’ (encefalopatía espongiforme bovina) que provocan unas características lesiones cerebrales en forma de múltiples pequeños agujeros en la corteza, dándole aspecto de esponja.

¿Cuáles son sus síntomas? ¿Puede tratarse?

El primer síntoma en aparecer suele ser insomnio permanente, y posteriormente el paciente presenta pérdida de peso, dificultad para hablar, alteraciones del sistema vegetativo, sudoración excesiva, fiebre y taquicardia.

A medida que la enfermedad sigue su curso, aparecen ataxia, alteraciones de la visión, movimientos involuntarios, daño cognitivo y síntomas psiquiátricos como alucinaciones, ansiedad y depresión.

Finalmente, el paciente entra en estado de coma y muere. En la actualidad, no se conoce ningún tratamiento para la enfermedad e incluso el tratamiento sintomático es difícil ya que los medicamentos para tratar los trastornos del sueño no funcionan en este caso.


lunes, 21 de marzo de 2022


 

El árbol y las verduras

 

Había una vez un precioso huerto sobre el que se levantaba un frondoso árbol. Ambos daban a aquel lugar un aspecto precioso y eran el orgullo de su dueño. Lo que no sabía nadie era que las verduras se llevaban fatal. Las verduras no soportaban que la sombra del árbol les dejara la luz justa para crecer, y el árbol estaba harto de que las verduras se bebieran casa toda el agua antes de llegar a él, dejándole la justa para vivir.

 

La situación llegó a tal extremo, que las verduras se hartaron y decidieron absorber toda el agua para secar el árbol, a lo que el árbol respondió dejando de dar sombra para que el sol directo de todo el día resecara las verduras. En muy poco tiempo, las verduras estaban esmirriadas, y el árbol comenzaba a tener las ramas secas.

 

Ninguno de ellos cantaba con que el granjero, viendo que toda la huerta se había echado a perder, decidiera dejar de regarla. Y entonces tanto las verduras como el árbol supieron lo que era la sed de verdad y estar destinados a secarse.

 

Aquello no parecía tener solución, pero una de las verduras, un pequeño calabacín, comprendió la situación y decidió cambiarla. Y a pesar del poco agua y el calor, hizo todo lo que pudo para crecer, crecer y crecer…. Y consiguió hacerse tan grande, que el granjero volvió a regar el huerto, pensando en presentar aquel hermoso calabacín a algún concurso.

 

De esta forma las verduras y el árbol se dieron cuenta de que era mejor ayudarse que enfrentarse, y de que debían aprender a vivir con lo que les tocaba, haciéndolo lo mejor posible, esperando que el premio viniese después.

 

Así que juntos decidieron colaborar con la sombra y el agua justos para dar las mejores verduras, y su premio vino después, pues el granjero dedicó a aquel árbol los mejores cuidados, regándolos y abonándolos mejor que ningún otro en la región.

 


LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA

Echando un vistazo por internet, me ha llamado la atención un artículo de Agustín del Pino Calderín que me gustaría compartir con vosotros. Trata de la vida misma.

                                                 Dedicado a mi mujer y a mi hermana                                                          

“Cuenta una vieja historia que un hombre llevaba a su padre al asilo, como era muy pobre no tenía ningún medio de locomoción y llevaba a su progenitor a cuestas en burro, o sea, en sus espaldas, en un momento determinado se sintió muy cansado y se paró para descansar. Antes de seguir, sentó a su padre en una piedra y él hizo lo mismo en otra. Allí estuvieron un rato callados, al final el padre rompió el silencio y le dijo a su hijo: «Qué casualidad», aquel le preguntó: «¿Por qué padre?» y el viejo le respondió: «En esa piedra en la que tú estás sentado me senté yo para descansar cuando llevaba a mi padre al asilo». El hijo se quedó un rato pensando y al final dijo: «Ah, esto entonces es una cadena, pues la cadena se rompe aquí». Se volvió a cargar a su padre, dio media vuelta y volvió por el camino que había venido, llegó a su casa y dejó allí a su padre hasta su muerte”.

 

A casi todo el mundo le llega un momento en la vida en que se tiene que hacer cargo de sus padres y no todos afrontan la situación de la misma manera. Por regla general las familias más pobres tienden a cuidar a sus mayores hasta la muerte mientras que las más acomodadas asumen la cuestión de diversas maneras, o bien cuidándolos ellos, o pagan a una persona, o los llevan a una residencia de mayores. La figura de los abuelos en la familia antiguamente era lo más habitual, incluso se reflejaba en las historietas que leíamos como, por ejemplo, el simpático abuelo Cebolleta y sus típicas «batallitas». Pero a medida que nos hemos acomodado parece ser que algo nos impide devolverles a nuestros padres los cuidados que ellos nos hicieron a nosotros en reciprocidad. Mucha gente argumenta que no tiene tiempo, pero eso es relativo porque el tiempo es el mismo para todos. La soledad a la que se ven abocados los ancianos es muy dura y muy triste, por eso nos debemos encomendar la tarea de acompañarlos todo lo que podamos pensando en que ellos nunca nos abandonarían a nosotros y amor se paga con amor.

Nunca he estado dentro de una residencia y me la imagino toda llena de ancianos asistidos por los cuidadores, unos caminando, otros en silla de ruedas o con muletas y así. Siempre me viene a la mente una idea de cómo será la vida de esta gente ahí, habrá quien se conforme, quien se sienta a gusto por estar con personas de su misma edad y quien no lo lleve tan bien y se sientan abandonados. Pienso que cada vez que lleguen visitas se quedarán mirando a ver si es para ellos y se decepcionarán la mayoría de las veces, y cuando la visita sea para ellos se les hará cortita y allí se quedarán esperando ansiosos a que llegue la próxima vez que también se les hará poco.

Todos hemos visto alguna vez o muchas a un perro abandonado, vemos como se nos queda mirando como si estuviese suplicando que lo adoptemos y luego sigue mirando a todo el que pasa con la esperanza de que vuelva su dueño, cosa que rara vez pasará. Uno se pone a pensar en esas cosas y se pregunta si ese tipo de gente no siente remordimiento o si cada vez que piensa en la crueldad que cometió no luchará denodadamente consigo mismo para poder superarlo ideando disculpas que justifiquen ese acto dañino y cobarde. Cada cual es libre de hacer lo que quiera y de hecho así sucede y nos enteramos de cosas terribles que pasan a nuestro alrededor que nos llena de estupefacción y no nos cabe en la cabeza que esas cosas sean actos humanos, por otro lado, está la gente bondadosa, que seguro son muchos más, las cuales contrarrestan a la mala gente insuflándonos alegría y esperanza en nuestra propia raza. Cuando realizamos un acto determinado, si es bueno nos enorgullecemos de ello y hablamos del mismo con dignidad y satisfacción, si por el contrario es malo, cada vez que sospechamos que alguien se puede enterar del mismo, nos retiramos subrepticiamente con temor de que seamos descubiertos.

Hay que ser consciente de que cuidar a nuestros mayores requiere mucho sacrificio por nuestra parte y uno puede llegar a pensar que está perdiendo el tiempo. ¿Y qué es perder el tiempo? A mí se me antoja que perderlo es hacer cosas de las cuales no nos podamos sentir orgullosos y además pasará irremediablemente y si la salud lo permite llegaremos a ser viejos y puede ser que cuando nos veamos decrépitos nos acordemos de esa vieja historia que comenté al principio y pensemos en el hijo que pensando en sí mismo se compadeció de su padre.

 

 Agustín Del Pino Calderín

 

«La cigüeña, cuando es vieja, pierde la vista, y procuran cuidarla en su edad madura todas sus pequeñas. Aprendan de las cigüeñas este ejemplo de ternura»

                                                                                                                                                                              

 Martín Fierro

 

domingo, 20 de marzo de 2022


 

Fábula de El padre, el hijo y el burro

Esta fábula se titula El padre, el hijo y el burro: Un padre y su hijo salen por la mañana acompañados de su inseparable asno a cumplir con las faenas de todos los días en el campo. Al salir del pueblo, el hijo se monta en el burro y alguien los ve y hace el siguiente comentario:

- ¡Ay que ver! Qué poca consideración del niño, tan joven, montado en el burro y el padre andando.

El padre lo oye y le dice al niño:

- Mira niño, bájate tú y me subiré yo.

Se baja el niño del burro y se sube el padre. Un poco más adelante, otra persona los ve y comenta lo siguiente:

-Desde luego, qué poca consideración de ese hombre, él montado en el burro y el pobre niño andando. A esto el padre le dice al niño:

- ¡Anda niño! Súbete tú también el burro. Poco después, otra persona que estaba junto al camino comenta:

- Qué poco respeto le tienen al pobre animal. Los dos subidos en él, que va el animalito que no puede tirar. Igualmente, el padre oye el comentario y dice:

- Mira niño, vamos a apearnos los dos e iremos andando. Seguidamente los ve alguien y su comentario fue el siguiente:

 - ¡Serán tontos! Mira que ir los dos andando y el burro de vacío.

La moraleja de esta fábula es:

¿Cómo tendremos que hacer las cosas para que no haya quien nos critique?

viernes, 18 de marzo de 2022


 

Los carneros y el gallo


Adaptación de la fábula de Godofredo Daireaux
 

Una mañana de primavera todos los miembros de un rebaño se despertaron sobresaltados a causa de unos sonidos fuertes y secos que provenían del exterior del establo. Salieron en tropel a ver qué sucedía y se toparon con una pelea en la que dos carneros situados frente a frente estaban haciendo chocar sus duras cornamentas.

Un gracioso corderito muy fanático de los chismes fue el primero en enterarse de los motivos y corrió a informar al grupo. Según sus fuentes, que eran totalmente fiables, se estaban disputando el amor de una oveja muy linda que les había robado el corazón.

– Por lo visto está coladita por los dos, y como no sabía a cuál elegir, anoche declaró que se casaría con el más forzudo. El resto de la historia os la podéis imaginar: los carneros se enteraron, quedaron para retarse antes del amanecer y… bueno, ahí tenéis a los amigos, ahora rivales, enzarzados en un combate.

El jefe del rebaño, un carnero maduro e inteligente al que nadie se atrevía a cuestionar, exclamó:

– ¡Serenaos! No es más que una de las muchas peloteras románticas que se forman todos los años en esta granja. Sí, se pelean por una chica, pero ya sabemos que no se hacen daño y que gane quien gane seguirán siendo colegas. ¡Nos quedaremos a ver el desenlace!

Los presentes respiraron tranquilos al saber que solo se trataba de un par de jóvenes enamorados compitiendo por una blanquísima ovejita; una ovejita que, por cierto, lo estaba presenciando todo con el corazón encogido y conteniendo la respiración. ¿Quién se alzaría con la victoria? ¿Quién se convertiría en su futuro marido?… ¡La suerte estaba echada!

Esta era la situación cuando un gallo de colores al que nadie había visto antes se coló entre los asistentes y se sentó en primera fila como si fuera un invitado de honor. Jamás había sido testigo de una riña entre carneros, pero como se creía el tipo más inteligente del mundo y adoraba ser el centro de atención, se puso a opinar a voz en grito demostrando muy mala educación.

– ¡Ay madre, vaya birria de batalla!… ¡Estos carneros son más torpes que una manada de elefantes dentro de una cacharrería!

Inmediatamente se oyeron murmullos de desagrado entre el público, pero él se hizo el sordo y continuó soltando comentarios fastidiosos e inoportunos.

– ¡Dicen por aquí que se trata de un duelo entre caballeros, pero la verdad es que yo solo veo dos payasos haciendo bobadas!… ¡Eh, espabilad chavales, que ya sois mayorcitos para hacer el ridículo!

Los murmullos subieron de volumen y algunos le miraron de reojo para ver si se daba por aludido y cerraba el pico; de nuevo, hizo caso omiso y siguió con su crítica feroz.

– Aunque el carnero de la derecha es un poco más ágil, el de la izquierda tiene los cuernos más grandes… ¡Creo que la oveja debería casarse con ese para que sus hijos nazcan fuertes y robustos!

Los espectadores le miraron alucinados. ¿Cómo se podía ser tan desconsiderado?

– Aunque para ser honesto, no entiendo ese empeño en casarse con la misma. ¡A mí me parece que la oveja en cuestión no es para tanto!

Los carneros, ovejas y corderos enmudecieron y se hizo un silencio sobrecogedor. Sus caras de indignación hablaban por sí solas. El jefe de clan pensó que, definitivamente, se había pasado de la raya. En nombre de la comunidad, tomó la palabra.

– ¡Un poco de respeto, por favor!… ¡¿Acaso no sabes comportarte?!

– ¿Yo?  ¿Qué si sé comportarme yo?… ¡Solo estoy diciendo la verdad! Esa oveja es idéntica a las demás, ni más fea, ni más guapa, ni más blanca… ¡No sé por qué pierden el tiempo luchando por ella habiendo tantas para escoger!

– ¡Cállate mentecato, ya está bien de decir tonterías!

El gallo puso cara de sorpresa y respondió con chulería:

– ¡¿Qué me calle?!… ¡Porque tú lo digas!

El jefe intentó no perder los nervios. Por nada del mundo quería que se calentaran los ánimos y se montara una bronca descomunal.

– A ver, vamos a calmarnos un poco los dos. Tú vienes de lejos, ¿verdad?

– Sí, soy forastero, estoy de viaje. Venía por el camino de tierra que rodea el trigal y al pasar por delante de la valla escuché jaleo y me metí a curiosear.

– Entiendo entonces que como vives en otras tierras es la primera vez que estás en compañía de individuos de nuestra especie…  ¿Me equivoco?

El gallo, desconcertado, respondió:

– No, no te equivocas, pero… ¿eso qué tiene que ver?

– Te lo explicaré con claridad: tú no tienes ningún derecho a entrometerte en nuestra comunidad y burlarte de nuestro comportamiento por la sencilla razón de que no nos conoces.

– ¡Pero es que a mí me gusta decir lo que pienso!

– Vale, eso está muy bien y por supuesto es respetable, pero antes de dar tu opinión deberías saber cómo somos y cuál es nuestra forma de relacionarnos.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es, si se puede saber?

– Bueno, pues un ejemplo es lo que acabas de presenciar.  En nuestra especie, al igual que en muchas otras, las peleas entre machos de un mismo rebaño son habituales en época de celo porque es cuando toca elegir pareja. Somos animales pacíficos y de muy buen carácter, pero ese ritual forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra naturaleza.

– Pero…

– ¡No hay pero que valga! Debes comprender que para nosotros estas conductas son completamente normales. ¡No podemos luchar contra miles de años de evolución y eso hay que respetarlo!

El gallo empezó a sentir el calor que la vergüenza producía en su rostro. Para que nadie se diera cuenta del sonrojo, bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo.

– Tú sabrás mucho sobre gallos, gallinas, polluelos, nidos y huevos, pero del resto no tienes ni idea ¡Vete con los tuyos y deja que resolvamos las cosas a nuestra manera!

El gallo tuvo que admitir que se había pasado de listillo y sobre todo, de grosero, así que si no quería salir mal parado debía largarse cuanto antes.  Echó un último vistazo a los carneros, que ahí seguían a lo suyo, peleándose por el amor de la misma hembra, y sin ni siquiera decir adiós se fue para nunca más volver.

Moraleja: Todos tenemos derecho a expresar nuestros pensamientos con libertad, claro que sí, pero a la hora de dar nuestra opinión es importante hacerlo con sensatez. Uno no debe juzgar cosas que no conoce y mucho menos si es para ofender o despreciar a los demás.

© Cristina Rodríguez Lomba

 

jueves, 17 de marzo de 2022


El asno y el caballo


Adaptación de la fábula de Jean de la Fontaine

 Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia y, como buenos amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad.

La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro, pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por la mente quejarse de su suerte.

Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.

– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!

Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre perfectamente sincronizados.  Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía uso de razón, el asno se lamentó:

– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!

El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.

– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!

Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.

– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.

El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.

– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!

El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.

– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’

El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.

– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar!

El caballo resopló con fastidio.

– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!

Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.

– ¡Ayuda… ayuda… por favor!

Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.

¡Blooom!

El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.

– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero  ¿cómo puedo hacerlo?

Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.

– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!

El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.

– ¡Ya puedes ponerte en pie!

El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.

– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!

El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no, debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.

Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:

– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo…  ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!

Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.

Moraleja: Esta fábula nos enseña lo importante que es cuidar, respetar y acompañar a las personas que amamos no solo en los buenos tiempos, sino también cuando atraviesan un mal   momento en su vida. No olvides nunca el sabio refrán español: ‘Hoy por ti, mañana por mí’.

  

miércoles, 16 de marzo de 2022


 

El príncipe y el juguetero


Había una vez un pequeño príncipe acostumbrado a tener cuanto quería. Tan caprichoso era que no permitía que nadie tuviera un juguete si no lo tenía él primero. Así que cualquier niño que quisiera un juguete nuevo en aquel país, tenía que comprarlo dos veces, para poder entregarle uno al príncipe.

Cierto día llegó a aquel país un misterioso juguetero, capaz de inventar los más maravillosos juguetes.

Tanto le gustaron al príncipe sus creaciones, que le invitó a pasar un año en el castillo, prometiéndole grandes riquezas a su marcha, si a cambio creaba u juguete nuevo para él cada día. El juguetero sólo puso una condición:

Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos -dijo- ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?

¡Claro que sí!- respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.

Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.

Pero la colección de juguetes iba creciendo, y al cabo de unas semanas, era demasiados como para poder jugar con todos ellos cada día. Así que un día el príncipe apartó algunos juguetes, pensando que el juguetero no se daría cuenta. Sin embargo, cuando al llegar la noche el niño se disponía a acostarse, los juguetes apartados formaron una fila frente a él y uno a uno exigieron su ratito diario de juego. Hasta bien pasada la medianoche, atendidos todos sus juguetes, no pudo el pequeño príncipe irse a dormir.

Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.

Desde entonces cada día era aún un poquito peor que el anterior. El mismo tiempo, pero un juguete más. Agotado y adormilado, el príncipe apenas podía disfrutar del juego. Y además, los juguetes estaba cada vez más enfadados y furiosos, pues el ratito que dedicaba a cada uno empezaba a ser ridículo.

En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.

Hummm, ¡tengo una idea!- se dijo, y los mandó llamar. Estos se presentaron resignados, peguntándose si les obligaría a entregar su piedra, como tantas veces les había tocado hacer con sus otros juguetes.

Pero no quería la piedra. Sorprendentemente, el príncipe solo quería que jugaran con él y compartieran sus juguetes. Y al terminar, además, les dejó llevarse aquellos que más les habían gustado.

Aquella idea funcionó. El príncipe pudo divertirse de nuevo teniendo menos juguetes de los que ocuparse y , lo que era aún mejor, nuevos amigos con los que divertirse. Así que desde entonces hizo lo mismo cada día, invitando a más niños al palacio  y repartiendo con ellos sus juguetes.

Y para cuando el juguetero tuvo que marchar, sus maravillosos 365 juguetes estaban repartidos por todas partes, y el palacio se había convertido en el mayor salón de juegos del reino.

 

 

 


 

Los hermanos enfadados


Había una vez dos hermanos que eran estupendos amigos y siempre jugaban juntos. Pero un día tuvieron una discusión tan grande por una de sus juguetes, que a partir de aquel día cada uno jugaría con sus cosas.

Como tenían tantas cosas y tantos juguetes, se pusieron de acuerdo para dedicar el día siguiente a aclarar de quién era cada cosa, Así lo hicieron, haciendo cada uno un montón con sus cosas, pero cuando cavaron con os juguetes grandes, tocaron los juguetes pequeños, y como no les daba tiempo, lo dejaron para el día siguiente, Y al día siguiente sucedió lo mismo, porque empezaron a repartirse los lugares de la casa. Y lo mismo ocurrió un día tras otro, así que todo el tiempo a andaban enfadados diciendo que tenían derecho a usar cada cosa que veían, ya fuera un animal, un árbol o incluso una piedra. Al final, habían acumulado dos verdaderas montañas de cosas ante sus casas.

Con el paso de los años, no cambió nada: cada mañana se juntaban para dividirse en mundo entre discusiones. Así se fueron pasando viejecitos, y todo el mundo los conocía como los viejos gruñones, porque siempre andaban enfadados y protestando, y nadie los había visto nunca sonreír.

Hasta que una mañana se encontraron todas sus cosas totalmente mezcladas. ¡Alguien había estado en sus montañas de cosas y lo habían mezclado todo! ¡con lo que había costado separarlo! Enfadadísimos, se pusieron a buscar a los culpables, y no tardaron en encontrar un par de niños jugando entre las montañas e cosas. Ambos estaban jugando juntos, tocándolo todo, sin importarles si mezclaban las cosas o no. Y se veían realmente felices, disfrutando a lo grande.

Fue entonces, muchos, muchos años después, cuando los dos viejos gruñones se dieron cuenta de la tontería que habían hecho: ¡habían dejado de jugar toda la vida sólo para ver con qué iban a jugar! Y se sintieron muy tristes, por haber dejado pasar su vida enfadados y sin jugar; pero a la vez estaban contentos, porque se habían dado cuenta, y dedicaron ese día y todos los que les quedaron a jugar junto a aquellos dos niños, mezclándolo todo y compartiendo todo. Y hasta dejaron de llamarles gruñones, para llamarles los locos juguetones.


 

El dulce terror de Halloween


Estaban todas las fiestas del año reunidas en secreto: querían darle una gran sorpresa a su buena amiga la fiesta de Halloween. La idea se le había ocurrido a la hermana melliza de Halloween, la fiesta de Todos los Santos, y todas las demás fiestas excepto Año Nuevo, el hermanito de la Navidad, que aún era pequeño, habían ayudado a preparar la sorpresa durante semanas. Por supuesto, habían tenido muy en cuenta los gustos de su amiga, y habían decorado el lugar con murciélagos, calabazas, telas de araña y esqueletos. Sin olvidar la gran montaña de dulces, claro.

Ya era de noche. Hacía un poco de frio y había mucha niebla, y todos esperaban que Halloween llegara en cualquier momento. De pronto, se abrió la puerta de golpe y Hallween entró corriendo, aterrorizada. Nadie pudo reaccionar, no parecía ser un buen momento para celebrar nada.

-¡Me quiere comer!¡Hay algo ahí fuera que me ha intentado comermeeeee!

Halloween, la más valiente de todas las fiestas, amiga de los monstruos más horribles, estaba muerta de miedo.

-¿Podéis creerlo? Iba gritando: ¡Te voy a pillar, ojo, ojo que te cojo! No tenía ningún miedo de mi ¡que soy la reina del miedo y los sustos. Qué ser tan horrible, que no saben ni lo que son el miedo y el respeto- dijo enfadada y asustada.

Sus amigas, miedosas todas ellas, la rodearon pensando qué podían hacer. Siempre que tenían miedo acudían a Halloween, pero ahora, ¿quién podría ayudarlas?

Tan agobiadas estaban que se olvidaron de vigilar al travieso Año Nuevo, y este aprovecho el revuelo para salir a la calle. Fue entonces cuando Halloween lo vio a través de la ventana.

-¿Oh, no! Ese ser horrible ha atrapado a Año Nuevo y lo está aplastando con sus brazos ¿qué vamos a hacer ahora?

En ese momento había algo más de luz y se le podía ver mejor: tenía una gran barriga, propia de alguien capaz de comerse a Halloween de un bocado, y el traje entero era de color de la sangre, normal para quien pasaba el día comiendo gente. Además, ocultaba su cara tras un montón de pelo, y llevaba un saco gigantesco, donde posiblemente escondiera a toda la gente que aún no había podido comerse….

-Tío, ¡qué alegría? -gritó entonces Navidad, al tiempo que corría a la calle para….¡echarse en brazos del terrible ser!

Desde dentro Halloween escuchó grandes risotadas y, poco después, Navidad y Año Nuevo entraban en la casa acompañando al terrible ser:

-Halloween, te presento a nuestro tío Santa Claus. Está muy gordo porque come pastas en todas las casas del mundo, pero nunca se ha comido a nadie. Viste de rojo para que le reconozca, su barba es enorme porque es muy viejo, y su saco….su saco es lo mejor de todo porque….¡está lleno de regalos para tu fiesta!

Halloween aún o lo veía muy claro.

-¿Y entonces por qué gritaba “te voy a pillar, ojo, ojo que te cojo”?

-ja, ja, ja- rió el señor gordo de rojo- lo que yo digo es “Feliz Navidad, jou, jou, jou”. ¿Te has limpiado bien los oídos, o el gorro no te dejaba escuchar? ¡ja, ja, ja!

Halloween respiró aliviada y todos rieron. Luego Navidad se acercó cariñosamente y le dijo al oído:

-¿Ves? al final es lo que tú siempre nos dices: que las cosas que más miedo dan, solo están en nuestra imaginación. 

martes, 15 de marzo de 2022


 

EL PRINCIPE LAPIO


Había una vez un príncipe que era muy justo. Aunque parecía un perfecto príncipe, guapo, valiente e inteligente, daba la impresión de que al príncipe Lapio nunca le hubieran explicado en qué consistía la justicia. Si dos personas llagaban discutiendo por algo para que él lo solucionara, le daba la razón a quien le pareciera más simpático, o a quien fuera más guapo, o a quien tuviera una espada más chula. Cansado de todo aquello, su padre el rey decidió llamar a un sabio para que le enseñara a ser justo.

Llévatelo mi sabio amigo- dijo el rey- y que no vuela hasta que esté preparado para ser un rey justo.

El sabio entonces partió con el príncipe en barco, pero sufrieron un naufragio y acabaron los dos solos en una isla desierta, sin agua ni comida. Los primeros días, el príncipe Lapio, gran cazador consiguió pescar algunos peces. Cuando el anciano sabio le pidió compartirlos, el joven se negó. Pero algunos días después, la pesca del príncipe empezó a escasear, mientras que el sabio conseguía cazar aves casi todos los días. Y al igual que había hecho el príncipe, no los compartió, e incluso empezó a acumularlos, mientras que Lapio, estaba cada vez más y más delgado, hasta que finalmente, suplicó y lloró al sabio para que compartiera con él la comida y le salvara de morir de hambre.

-Sólo los compartiré contigo- dijo el sabio- si me muestras qué lección has aprendido.

El príncipe Lapio- que había aprendido lo que el sabio le quería enseñar, dijo:

-La justicia consiste en compartir lo que tenemos entre los todos por igual.

Entonces el sabio le felicitó y compartió su comida, y esa misma tarde, un barco les recogió de la isla. En su viaje de vuelta, pararon junto a una montaña, donde un hombre le reconoció como un príncipe, y le dijo:

Soy Maxi, jefe de los maxiatos. Por favor, ayúdanos, pues tenemos un problema con nuestro pueblo vecino los miniatos. Ambos compartimos la carne y las verduras y siempre discutimos como repartirlas.

-Muy fácil- respondió el príncipe Lapio- contad cuantos sois en total y repartid la comida en porciones iguales – dijo haciendo uso de lo aprendido junto al sabio.

Cuando el príncipe dijo aquello se oyeron miles de gritos de júbilo procedentes de la montaña, al tiempo que apareció un grupo de hombre enfadadísimos, que liderados por el que había hecho la pregunta, se abalanzaron sobre el príncipe y le hicieron prisionero. El príncipe Lapio no entendía nada, hasta que le encerraron en una celda y le dijeron:

-Habéis intentado matar a nuestro pueblo. Si no resolvéis el problema mañana al amanecer, quedareis encerrado para siempre.

Y es que resultaba que los Miniatos eran diminutos y numerosísimos, mientras que los Maxiatos eran enormes, pero muy pocos. Así que la solución que había propuesto el príncipe mataría de hambre a los Maxiatos, a quienes tocarían porciones diminutas. 

El príncipe comprendió la situación, y pasó toda la noche pensando. A la mañana siguiente, cuando le preguntaron dijo:

-No hagáis partes iguales; repartir la comida en función de lo que coma cada uno. Que todos den el mismo número de bocados, así comerán en función de su amaño.

Tanto los Maxiatos como los Miniatos quedaron encantados con aquella solución, y tras hacer una gran fiesta y llenarles de oro y regalos, dejaron viajar al príncipe Lapio y al sabio. Mientras andaban, el príncipe comento:

-He aprendido algo nuevo: no es justo dar lo mismo a todos; lo justo es repartir, pero teniendo en cuenta las diferentes necesidades de cada uno.

Y el sabio sonrió satisfecho. Cerca ya de llegar a palacio, pararon en una pequeña aldea. Un hombre de aspecto muy pobre le recibió y se encargó de atenderles en todo, mientras otro de aspecto igualmente pobre, llamaba la atención tirándose por el suelo para pedir limosna, y un tercero de apariencia de ser muy rico, enviaba a dos de sus sirvientes para que los atendiera en lo que necesitaran. Tan a gusto estuvo el príncipe allí, que al marchar decidió regalarles todo el oro que le habían entregado los agradecidos Maxiatos. Al oírlo, corrieron junto al príncipe el hombre pobre, el mendigo alborotador y el rico cada uno reclamando su parte.

- ¿Cómo las repartirás? – preguntó el sabio- los tres son diferentes, y parece que de ellos quien más oro gasta es el hombre rico.

El príncipe dudó. Era claro lo que decía el sabio: El hombre rico tenia que mantener a sus sirvientes, era quien más oro gastaba, y quien mejor les había atendido. Pero el príncipe empezaba a desarrollar el sentido de la justicia, y había algo que le decía que su anterior conclusión sobre lo que era justo no era completa.

Finalmente, el príncipe tomó las monedas e hizo tres montones: uno muy grande, otro mediano, y el último más pequeño, y se lo entregó por ese orden al hombre pobre, al rico, y al mendigo. Y despidiéndose, marchó con el sabio camino de palacio. Caminaron en silencio y al acabar el viaje, junto a la puerta principal, el sabio preguntó:

-Dime, joven príncipe ¿Qué es entonces para ti la justicia?

-Para mí, ser justo es repartir las cosas, teniendo en cuenta las necesidades, pero también los méritos de cada uno.

¿Por eso le diste el montón más pequeño al mendigo alborotador? - preguntó el sabio satisfecho.

-Por eso fue. El montón grande se lo di al hombre pobre que también nos sirvió: en él se daban a un mismo tiempo la necesidad y el mérito, pues siendo pobre se esforzó en tratarnos bien. El mediano fue para el hombre rico, puesto que, aunque nos atendió de maravilla, realmente no tenía gran necesidad, también era justo. Y el pequeño fue para el mendigo alborotador porque no hizo nada digno de ser recompensado, pero por su gran necesidad, también era justo que tuviera algo para poder vivir.- terminó de explicar el príncipe.

-Creo que llegaras a ser un gran rey, príncipe Lapio concluyó el anciano sabio dándole un abrazo.

Y no se equivocó. Desde aquel momento el príncipe se hizo famoso en todo el reino por su justicia y sabiduría, y todos celebraron su subida al trono algunos años después. Y así fue como el rey Lapio llegó a ser recordado como el mejor gobernante que nunca tuvo aquel reino.

Pedro Pablo Sacristán