jueves, 28 de septiembre de 2023

La Casa de las Cadenas en la villa de Espejo

 

La Casa de las Cadenas

En la villa de Espejo



En pleno centro de Espejo hay una casa que despierta la curiosidad de todo el que pasa por la plaza de la Constitución. Envuelta desde su construcción, a principios del siglo XVIII, en cierto halo de misterio, en el pueblo todos la conocen como la Casa de las Cadenas. El curioso nombre se lo debe a la cadena vertical que pende del balcón sobre su espléndida portada barroca, la misma que ha dado pie a multitud de leyendas, De todas ellas, la más difundida es la que afirma que el edificio sirvió como cárcel, y que los presos tenían que saltar y asirse a la cadena para lograr la libertad.


Esta creencia es evidentemente errónea y se debe tratar con la misma prudencia que cualquier tradición popular. Sin embargo, creo firmemente que detrás de toda leyenda siempre existe un poso de realidad histórica. Y este caso no iba a ser una excepción. Su relación con los presos proviene del hecho de que esta casa posee el llamado “privilegio de cadenas”, lo que daba permiso al propietario de la misma a acoger en su domicilio a cualquier perseguido por la justicia. Pero este privilegio solo se concedía a los nobles que en algún momento habían alojado en su casa al rey. ¿Había ocurrido eso alguna vez en Espejo?



El monarca Felipe V bajó a Sevilla en 1731 con toda su corte. Una vez acabadas sus gestiones en la capital hispalense, de regreso a Madrid, decidió repartir a sus acompañantes por distintas poblaciones, planificando que el joven infante don Carlos de Borbón pasaría la noche en Córdoba. Pero mientras se organizaba el viaje, un terrible brote de viruela azotó la capital, trastocando los planes de la comitiva real.



Según la nueva planificación, al infante le correspondería ahora dormir en Espejo, lo que provocó un profundo escalofrío en las autoridades locales. Eso significaba que, en un tiempo récord, estaban obligados a arreglar caminos, alojar y alimentar a la larga lista de acompañantes del infante, y para colmo, organizar actos destinados a entretener y homenajear al futuro rey de España. Todo eso, con un dinero que no tenían. Pero las decisiones reales eran inapelables, por lo que no hubo más remedio que hacer encaje de bolillos y, gracias a la solidaridad de la capital y de las localidades vecinas, lograron hacer frente a su obligación. El 24 de octubre, la villa de Espejo se engalanaba para recibir al joven infante, y el dueño de la mencionada Casa de las Cadenas, el caballero de la Orden de Santiago Luis de Tafur y Leiva, cedía su vivienda como alojamiento. Años después, este joven de quince años se convertía en Carlos III, el monarca más importante de la Ilustración española.  




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