La Casa de las Cadenas
En la villa de Espejo
En
pleno centro de Espejo hay una casa que despierta la curiosidad de todo el que
pasa por la plaza de la Constitución. Envuelta desde su construcción, a
principios del siglo XVIII, en cierto halo de misterio, en el pueblo todos la
conocen como la Casa de las Cadenas. El curioso nombre se lo debe a la cadena
vertical que pende del balcón sobre su espléndida portada barroca, la misma que
ha dado pie a multitud de leyendas, De todas ellas, la más difundida es la que
afirma que el edificio sirvió como cárcel, y que los presos tenían que saltar y
asirse a la cadena para lograr la libertad.
Esta
creencia es evidentemente errónea y se debe tratar con la misma prudencia que
cualquier tradición popular. Sin embargo, creo firmemente que detrás de toda
leyenda siempre existe un poso de realidad histórica. Y este caso no iba a ser
una excepción. Su relación con los presos proviene del hecho de que esta casa
posee el llamado “privilegio de cadenas”, lo que daba permiso al propietario de
la misma a acoger en su domicilio a cualquier perseguido por la justicia. Pero este
privilegio solo se concedía a los nobles que en algún momento habían alojado en
su casa al rey. ¿Había ocurrido eso alguna vez en Espejo?
El
monarca Felipe V bajó a Sevilla en 1731 con toda su corte. Una vez acabadas sus
gestiones en la capital hispalense, de regreso a Madrid, decidió repartir a sus
acompañantes por distintas poblaciones, planificando que el joven infante don
Carlos de Borbón pasaría la noche en Córdoba. Pero mientras se organizaba el
viaje, un terrible brote de viruela azotó la capital, trastocando los planes de
la comitiva real.
Según
la nueva planificación, al infante le correspondería ahora dormir en Espejo, lo
que provocó un profundo escalofrío en las autoridades locales. Eso significaba
que, en un tiempo récord, estaban obligados a arreglar caminos, alojar y
alimentar a la larga lista de acompañantes del infante, y para colmo, organizar
actos destinados a entretener y homenajear al futuro rey de España. Todo eso,
con un dinero que no tenían. Pero las decisiones reales eran inapelables, por
lo que no hubo más remedio que hacer encaje de bolillos y, gracias a la
solidaridad de la capital y de las localidades vecinas, lograron hacer frente a
su obligación. El 24 de octubre, la villa de Espejo se engalanaba para recibir
al joven infante, y el dueño de la mencionada Casa de las Cadenas, el caballero
de la Orden de Santiago Luis de Tafur y Leiva, cedía su vivienda como
alojamiento. Años después, este joven de quince años se convertía en Carlos
III, el monarca más importante de la Ilustración española.
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