RELATO CORTO DE NAVIDAD
Los que se han ido están siempre con nosotros y también lo estarán en esta
Navidad que estamos. Para estas fechas, da la impresión que las ausencias
de los seres amados se sienten con más fuerza. Será muy bueno y sanador para
nuestra alma, pensarlo desde otro punto de vista.
Ese vacío debe sentirse sólo en una silla que ya no se ocupa, un plato
menos en la mesa, una copa menos a colocar. Quien se fue, no nos ha abandonado, al contrario, sigue a nuestro lado. Su alma no ha muerto y es, a través
del alma que creamos nuestros vínculos.
El amor nos acompaña a cada paso, en cada momento de nuestra vida, porque vive en nuestro corazón y de allí no se mueve. Es duro saber que esa persona no compartirá la mesa navideña, la presencia física se extraña, su risa, su voz, sus palabras.
Si aprendemos a ver las cosas con los ojos del corazón,
podremos transitar mejor esta época del año que, si bien es hermosa, parece
hacernos sentir que las ausencias pesan más. Tratemos que lo que más se sienta
en esta Navidad, no sea su ausencia, sino su recuerdo.
Intentemos que se agrande, que nos acompañe en los preparativos, que tenga
un lugar en la mesa para el cual no es necesario una silla. Las personas que se
han ido, sólo mueren si nadie las recuerda. Nadie puede quitarnos el dolor de
perder a un ser amado, pero éste dolor puede mermar si de corazón sentimos que su
alma sigue a nuestro lado y si hacemos que su recuerdo siga vivo.
Por eso, ésta y todas las Navidades que vengan, a todas las personas que sólo físicamente nos han dejado, hagámosles más que nunca un lugar en nuestro corazón. Invitémosla a la fiesta del alma y también ¿por qué no?, alcemos una copa por ellas.
TE SIENTO CERCA
Era Nochebuena y se
reunía toda la familia como cada año cada o alrededor de la mesa. En la cocina
se papaba el ajetreo. María se afanaba para que todo estuviera en el punto
exacto como siempre había hecho su madre. Este año su madre no estaba y un
cáncer tenía la culpa desde hacía nueve meses. Era la primera Navidad sin ese
“alma mater”. María había decidido coger el relevo. En cierto modo era su forma
de recordarla, de emularle y recoger su legado en forma de recetas de cocina
sabiamente susurradas. Ahora esas recetas cobraban sentido y encontraban ese
lugar remoto en su vívida memoria.
Se respiraba un sentimiento
agridulce. Por un lado, añoraba profundamente su presencia, su olor su voz, su
risa. Esa sensación le entristecía y le empujaba a llorar por dentro. Pero por
otro lado y de forma casi mágica la figura de su madre vivía fuertemente en su
mente, como si no hubiera muerto. Esa fuerza de la memoria le ayudó para que la
cena fuera un éxito. Entendió que a su madre le haría feliz y se sentiría
orgullosa de ella. Desde dónde estuviera. Ese sentimiento le llenaba de una
cierta alegría y le hacía sonreír.
Los niños correteaban por
la casa y jugaban ajenos a aquellos sentimientos encontrados de la noche. Los demás
charlaban de tema intrascendentes o miraban distraídamente el televisor,
esperando el pistoletazo de salida para sentarse en la mesa y celebrar la
Nochebuena.
Había buena materia prima
en forma de entrantes: buen jamón, queso curado, gambas y variados canapés.
María tras dejarlo todo en orden, acabó de arreglarse y tras un largo suspiro
ejerció de digna anfitriona. Nadie osó a sentase en la silla del alma ausente. María
optó por hacerlo con decisión, con orgullo, honrando su memoria. Los demás
comensales se sintieron aliviados. La velada a partir de ahí continuó.
Primer plato. Segundo plato.
Postres. Café. Turrones y polvorones. Faltaba cantar villancicos. El alma
ausente los cataba muy bien y alegraba a todos la cena con pandereta incluida.
En el ambiente se cocía una conspiración silenciosa. No se hablaba de ella para
mitigar el dolor de los que sabían que ya no volvería.
Otra vez María. Rompió el
hielo. Con la copa de cava en la mano propuso un brindis por su madre:
“Brindemos por mamá. Por esa mujer gigante que luchó lo indecible por vernos
crecer. Por su bondad, por su dulzura y por su generosidad. Porque sé que le gustaría
vernos así: felices, recordándola. Quiero que se sienta orgullosa de nosotros.
Gracias mamá por todo lo que nos has dado”.
A partir de ahí todos
hablaron de ella y su ausencia se hizo menos ausencia.
María cogió su copa de
cava, se levantó y salió al balcón, miró hacia el celo estrellado, levantó la
copa y en su pensamiento dijo “gracias mamá por estar ahí”, en ese mismo
instante se cruzó una estrella fugaz y ella lanzó un beso al aire.
Fin.
La Navidad no es tiempo
de felicidad para todos. Hay personas que sufren mucho en estas fechas y desean
que estos días pasen rápido. Este relato lo dedico mi mujer y mis cuñadas y
toda la familia por la pérdida de mi suegro que ha dejado un vacío muy
importante en nuestra familia y en nuestros corazones, también a todas aquellas familias que han perdido un ser querido y
que esta primera Navidad puede resultarles dura y triste. Deseo sinceramente
que encuentren la forma de afrontar ese duelo inevitable.
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