La leyenda urbana de la chica de la curva
Cuenta la leyenda que hace muchos años, mucho antes de que se
construyera la autopista que ahora cruza las entrañas de la montaña de Garraf
en Cataluña, era noche cerrada, caía una lluvia suave pero ininterrumpida y la
niebla cubría la noche con su manto blanquecino, impidiendo ver más allá de
unos pocos metros.
Un hombre iba conduciendo su coche por las curvas, deseoso de
llegar a su casa y reencontrarse con su mujer y sus dos hijas después de un
largo fin de semana de trabajo.
En una de las curvas del camino, vio a una autoestopista, una
joven rubia, demacrada y pálida, empapada por la lluvia, con un largo vestido
blanco desgarrado y sucio de barro. Este hombre decidió llevarla consigo y
acercarla hasta el pueblo más cercano. Durante gran parte del trayecto, el
hombre y la joven fueron hablando de cosas triviales, cuando, en un momento
dado, antes de llegar a una de las curvas más cerradas y peligrosas de las
cuestas, la joven le avisa de que reduzca la velocidad hasta casi detenerse y
que pase muy poco a poco.
El hombre lo hace, y comprueba, asustado, que, de no haber sido
advertido por ella del peligro, probablemente se hubiera despeñado por el
barranco con el coche. Le da las gracias, agradecido por haberle salvado la
vida, a lo que la joven contesta:
– No me lo agradezcas, es mi misión; en esa curva me maté yo hace
más de 25 años, en una noche como ésta…
Y después de pronunciar estas palabras, desapareció, dejando como
única prueba de su espectral aparición, el asiento húmedo del acompañante por sus
ropas mojadas
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