viernes, 29 de abril de 2022


 

Adalina, el hada sin alas

 

Adalina no era un hada normal. Nadie sabía por qué, pero no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Como era tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No sólo no podía volar, sino que apenas tenía poderes mágicos, pues la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas de cristal. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.

Pero cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron que pudiera ser una buena reina con tal discapacidad. Tanto protestaron y discutieron, que Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba en la que tendría que demostrar a todos las maravillas que podía hacer.

La pequeña hada se entristeció muchísimo. ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernitas? Pero mientras Adalina trataba de imaginar algo que pudiera sorprender al resto de las hadas, sentada sobre una piedra junto al río, la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.

- Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.
- ¡Claro que sí! - respondió la ardilla- Dinos, ¿qué harías para sorprender a esas hadas tontorronas?
- Ufff.... si pudiera, me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O... también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza... Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla...
- ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.

Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque.

Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.

Pedro Pablo Sacristán

lunes, 25 de abril de 2022


 

Las arrugas

Cuento

 

Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía

muchísimas arrugas, no sólo en la cara, sino por todas partes.

- Abuelo, deberías darte la crema de mamá para las arrugas.

El abuelo sonrió, y un montón de arrugas aparecieron en su cara.

- ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas
- Ya lo sé Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo el recuerdo de algo que aprendí.

A Bárbara se le abrieron los ojos como si hubiera descubierto un tesoro, y así los mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es más importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada mejor que pasar el tiempo con los niños...

Desde aquel día, a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada arruga que aparecía en su rostro, la niña acudía corriendo para ver qué nueva lección había aprendido. Hasta que, en una de aquellas charlas, fue su abuelo quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña:

- ¿Y tú? ¿Qué lección guardas ahí?

Bárbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo

- Que no importa lo viejito que llegues a ser abuelo, porque.... ¡te quiero!


 

La leyenda urbana de la chica de la curva

Cuenta la leyenda que hace muchos años, mucho antes de que se construyera la autopista que ahora cruza las entrañas de la montaña de Garraf en Cataluña, era noche cerrada, caía una lluvia suave pero ininterrumpida y la niebla cubría la noche con su manto blanquecino, impidiendo ver más allá de unos pocos metros.

Un hombre iba conduciendo su coche por las curvas, deseoso de llegar a su casa y reencontrarse con su mujer y sus dos hijas después de un largo fin de semana de trabajo.

En una de las curvas del camino, vio a una autoestopista, una joven rubia, demacrada y pálida, empapada por la lluvia, con un largo vestido blanco desgarrado y sucio de barro. Este hombre decidió llevarla consigo y acercarla hasta el pueblo más cercano. Durante gran parte del trayecto, el hombre y la joven fueron hablando de cosas triviales, cuando, en un momento dado, antes de llegar a una de las curvas más cerradas y peligrosas de las cuestas, la joven le avisa de que reduzca la velocidad hasta casi detenerse y que pase muy poco a poco.

El hombre lo hace, y comprueba, asustado, que, de no haber sido advertido por ella del peligro, probablemente se hubiera despeñado por el barranco con el coche. Le da las gracias, agradecido por haberle salvado la vida, a lo que la joven contesta:

– No me lo agradezcas, es mi misión; en esa curva me maté yo hace más de 25 años, en una noche como ésta…

Y después de pronunciar estas palabras, desapareció, dejando como única prueba de su espectral aparición, el asiento húmedo del acompañante por sus ropas mojadas

 


 

La leyenda urbana del videojuego Polybius

Una de las leyendas más misteriosas del mundo de los videojuegos es una que afirma que hay un antiguo juego que provocaba amnesias y suicidios entre sus jugadores. El juego en cuestión era el Polybius, una especie de arcade aparecido en 1981.

En la época, Polybius tuvo un éxito importante y mucha gente se amontonaba delante de la máquina esperando su turno para jugar. Sin embargo, al cabo de unos días, numerosos jugadores se quejaron de padecer amnesias, cefaleas, pesadillas, insomnio y algunos, incluso, llegaron a intentar suicidarse.

Muchas son las leyendas urbanas que se dispararon alrededor del videojuego: muchos aseguraron ver a hombres vestidos con trajes negros tomando notas de los jugadores que más puntuaciones hacían. Otros aseguraban haber visto «caras fantasmales» que recorrían la pantalla. También están los que en mitad del juego han visto mensajes subliminales, entre los que el más destacado es “suicídate”. Voces bajo el sonido del juego, quejidos de pánico,… la rumorología se extendió.

Atari arroja algo de luz al asunto diciendo que el procedimiento empleado tanto en Tempest como en Polybius, que consistía en hacer girar el decorado alrededor de un elemento fijo, podía llegar a causar náuseas entre los jugadores.


 

La leyenda de las monedas de oro

Esta es una leyenda de terror típica de Córdoba. La historia trata sobre una antigua casa del centro de la ciudad que se dice está encantada y cuenta que en ella hace mucho tiempo vivía una familia acomodada que tenía una hija pequeña y varias criadas a su servicio.

Una noche mientras la niña dormía escuchó unos ruidos en el pasillo, abrió lentamente la puerta de su cuarto para mirar el pasillo que comunicaba los cuartos, enormemente largo y oscuro, lleno de cuadros y enlosado. Al final del pasillo la niña vio lo que parecía un niño de su edad levantando una de las losetas y metiendo algo dentro de un hueco en el suelo. La niña no podía creerlo, lo que vio relucir en la mano del muchacho al pasar por la tenue luz que entraba por la ventana eran monedas de oro.

Cuando el niño se fue salió y se dirigió hacia allí; entonces apareció una de las criadas con una vela enorme que también había visto lo que había pasado y quería sacar partido. Decidieron que no dirían nada a nadie, todas las noches se acercarían y con la ayuda de la luz de la vela levantarían la loseta y sacarían las monedas hasta acabarlas. Todas las noches la niña, que por su tamaño cabía dentro, se metía en el hueco bajo la loseta e iba dando monedas a la criada, quien las iba guardando en un enorme saco. Una noche en medio de su labor la vela comenzó a parpadear haciendo amagos de apagarse, la criada le dijo a la niña que saliera del hueco, que ya tenían dinero de sobra. La niña le hizo caso y abandonó el escondrijo, pero en el último momento una moneda cayó del saco al hueco y, en un acto de avaricia y sin pensárselo siquiera, la muchacha se metió de nuevo en el hueco.

La criada intentó agarrarla pero no pudo, mientras le gritaba que por favor saliera de allí y dejara la moneda, pero en medio de ese griterío la vela terminó de apagarse. En el momento justo en que el último rayo de luz salió de la vela la loseta se cerró ante los ojos de la criada dejando a la niña dentro. La criada decidió no decir nada a nadie, los padres dieron a la niña por desaparecida y el tema se fue olvidando con el tiempo.

Pero aún en la actualidad dentro de esa casa se siguen oyendo por las noches los gritos de auxilio de la niña que repiten noche tras noche en el pasillo “Por favor…socorro…sacadme de aquí…”.

 


domingo, 24 de abril de 2022


 

Recientemente la muerte visitó a mi familia y recordé que alguna vez escuché una historia de Sakyamuni Buda respecto a la muerte como parte integral de la vida.

 

Al buscar esa historia, encontré esta página y quise volverla a publicar aquí, pues lo que, en teoría, y ahora en lo real de la vida cotidiana pienso que es de enorme importancia, son estos puntos:

-En primer lugar, la aceptación del regalo de la vida y la aceptación de que ese regalo va a terminar un día para ti, para mí, para nuestros seres queridos y para cada ser vivo.


-Luego, la importancia de no dejar asuntos pendientes, como dice más abajo el autor; de vivir plenamente cada momento, de decir lo que necesites decir y hacer lo que quieras hacer. Ahora la historia del Buda:

 

Cuento del Budismo sobre la muerte

Cuentan que una madre llorosa se acercó a Buda con su hijo muerto en brazos. “¡Por favor, iluminado, ayúdame!” le dijo con el rostro cubierto de lágrimas. “¿Qué puedo hacer por ti?” preguntó Buda extendiéndole la mano. “Cura a mi hijo, no puedo vivir sin él. Tú eres un hombre de grandes poderes, devuélvele la vida”.

Buda esbozó una sonrisa compasiva y le dijo “con gusto haré lo que me pides y sólo te pediré algo a cambio: debes traerme tres semillas de mostaza que obtengas de un hogar al que jamás haya visitado la muerte”. La madre se alegró, y con el niño sin vida aún en brazos, corrió rumbo a la aldea para cumplir su parte.

En la primera puerta que tocó una mujer se ofreció a entregarle las semillas. “Seguramente que en esta casa nadie ha muerto” dijo la madre. “Los que vivimos bajo este techo somos pocos, comparado con todos los que murieron aquí” dijo la mujer, así que la madre debió rechazar las semillas. En la segunda puerta se enteró que hacía un año el hermano del dueño había muerto a causa de un accidente. Lo mismo le sucedió el resto del día: si no había sido un hermano, era un hijo o algún otro familiar el que había fallecido en el pasado.

Al atardecer volvió al bosque, aún con el niño sin vida en sus brazos. “Así que no hay cura para la muerte, después de todo” pensó y enseguida dejó al pequeño sobre una cama de flores. Luego regresó al lugar donde se encontraba Buda y le dijo con resignación “es imposible, no existe el hogar que jamás haya conocido la visita de la muerte”.

“No eres la única que ha perdido un hijo frente a la muerte” dijo Buda.

“Por favor, admíteme como tu discípula” pidió.

La mujer fue inmediatamente aceptada. Una tarde que meditaba observando una lámpara de aceite vio como las llamas se apagaban una tras otra. “La vida es como estas llamas. Algunas arden, otras se agitan y se van” pensó. Y cuentan que pasadas las horas seguía observando la lámpara, hasta que alcanzó la iluminación.

 

Dice el Dhammapada, un libro que recoge las enseñanzas de Buda, esta frase que se acerca a la experiencia de la madre.

“Cual torrente que arrasa un poblado, así la muerte se lleva consigo lo que atesoramos. Cuando ésta llega con todo su poder, hijos, parientes y amigos no pueden detenerla.”

Ya que no es posible detenerla, curarla o escaparle ¿qué nos queda?

En días recientes he conversado con varios amigos que han perdido o están a punto de perder a un familiar. Cada quien está viviendo esa visita a su manera, y por supuesto, no es asunto fácil.

Pero entender la muerte como parte de la vida, pero, sobre todo, que los asuntos de la vida se deben resolver en el presente para que al llegar la muerte no existan temas pendientes, sin duda ayuda a procesar el dolor y la transformación que acompaña su visita.

Muy pocas personas, budistas y de otras tradiciones, pueden decir que están preparadas para el momento de la muerte. Para las personas “normales”, lo que podemos hacer es aceptarla como parte del acto de vivir; como el recordatorio de que todo esto va a acabar algún día.

Testimonio de una lectora:

Hace 2 años mi hijo de 17 años murió en un accidente. Mi hijo me dejó llena de amor, de esperanza, de alegría. Las lágrimas ayudaron a drenar mi tristeza.

Se que a Él le encanta verme contenta, y si hoy estoy cuerda, feliz y plena es porque pedí ayuda, porque entiendo el significado de la vida y sé que morir es una parte de la vida. Se que mi hijo solo se transformó y que el amor que nos une es tan fuerte que casi parece increíble la conexión que nos une.

Él se las arregla para que yo pueda sentir su presencia: A través del aire, de un pájaro, de una mariposa o lo que sea que para mí tenga sentido. El tiempo solo no cura. Hay que hacer algo en el tiempo.

Abrazo a todos con profundo amor y respeto y espero que mis palabras puedan ayudar un poco.

Leticia 


Francisco Aguirre S.. (2013). 3 enseñanzas del Budismo para enfrentar la muerte. Recuperado de Irradia Terapia Méxicohttps://psicologos.mx/ensenanza-del-budismo-frente-a-la-muerte.php



Dice un viejo refrán que "donde está el cuerpo está la muerte" y no le falta razón. Desde el momento en que nacemos empezamos a morir, aunque no tengamos clara cuál es la fecha exacta de caducidad en nuestra "etiqueta vital".

Muerte y vida. Vida y muerte. Dos caras de la misma moneda. Sin embargo, parece que de las dos, la muerte es la que más fascina al hombre, por su irremediable acontecer y por ser, quizá, lo único que no podemos evitar en la vida..

Cada cultura tiene un modo de enfrentarse y gestionar la muerte, propia y de los seres queridos. En occidente, a pesar de que poco a poco vamos abriéndonos a visiones más desdramatizadoras de la muerte, todavía cuesta trabajo aceptarla y se aborda, en muchos casos, como un tema tabú, del que no se puede hablar, porque trae mala suerte. Es decir, que la muerte atrae a la muerte.

Desde una perspectiva espiritual, la muerte se aborda con mayor naturalidad. En algunos casos, como un mero tránsito entre estados del ser. Un paso de la materia a la energía, que se renueva en cada ciclo, en cada reencarnación, como ocurre en la propia naturaleza.

Hay quien piensa que en una misma vida, pasamos por muchas muertes, cada vez que dejamos atrás fases, personas, hechos, para volver a renacer de nuestras cenizas.. 

lunes, 4 de abril de 2022


 

Un agujerito en la luna

Cuenta una antigua leyenda que, en una época de gran calor, la gran montaña nevada perdió su manto de nieve, y con él toda su a alegría. Sus riachuelos se acaban, sus pinos se morían, y la montaña se cubrió de una triste roca gris. La luna, entonces siempre llena y brillante, quiso ayudar a su buena amiga. Y como tenía mucho corazón, pero muy poco cerebro, no se le ocurrió otra cosa que hacer un agujero en su base y soplar suave, para que una pequeña parte del mágico polvo blanco que le daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de nieve suave.

Una vez abierto, nadie alcanzaba a tapar ese agujero. Pero a la Luna no le importó. Siguió soplando y, tras varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin él estaba tan vacía que parecía invisible, y las noches se volvieron completamente oscuras y tristes. La montaña, apenada, quiso devolver la nieve a su amiga. Pero, como era imposible hacer que nevase hacía arriba, se incendió por dentro hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en un denso humo blanco que subió hasta la Luna,                 rellenándola un poquito cada noche, hasta que esta se volvió a ver completamente redonda y brillante. Pero cuando la nieve se acabó, y con ella el humo, el agujero seguía abierto en la luna, obligada de nuevo a compartir su magia hasta vaciarse por completo. Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en volcán, cuando descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia. No tuvo fuerzas para frenar su generoso corazón, y sopló sobre ellos, llenándolos de felicidad hasta apagarse ella misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar, pero, al igual que la montaña, el agradecido pueblo también encontró la forma de hacer nevar hacia arriba. Igual que hicieron los siguientes, y los siguientes, y los siguientes… Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta desaparecer, sabiendo que en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de volver a llenarla de luz.

viernes, 1 de abril de 2022


El comerciante sin suerte

Había una vez un comerciante que después de unos malos negocios, se lamentaba de su mala suerte. Un viajero que pasaba por allí le pregunto qué le apenaba, y al oír que era un hombre con muy mala suerte, abrió el saco que llevaba y sacó un extraño artilugio, formado por dos vasos de cristal unidos por la mitad, decorados con extraños dibujos, uno verde y otro rojo, en cada uno de ellos había unas raras semillas del mismo color que su vaso.

-Pues precisamente has tenido mucha suerte en encontrarme – dijo el hombre-. Esto es justo lo que necesitas unas vasijas de la suerte.

Y ante el asombro del mercader, le explicó que aquellas semillas eran las semillas de la suerte; las de la buena suerte, las verdes y las de la mala suerte, las rojas. Nunca podían separarse las vasijas, y cuando algunas de ellas se llenaba, provocaba múltiples de sucesos de buena o mala suerte. Según se hubieran desbordado unas semillas u otras.

El comerciante ilusionado, agradeció el regalo, sin llegar apenas a escuchar las últimas palabras del viajero, advirtiéndole lo difícil que eran utilizar aquellas vasijas. Esperanzado examinó con cuidado las semillas verdes, las de la buena suerte. Aun que no le eran familiares, estaba seguro de poder encontrar a alguien a quien comprarle varias vasijas, así que cubrió la boca del tarro con sumo cuidado, evitando que se pueda caer por descuido. Luego miró las semillas rojas, y pensó que la forma más segura de evitar que se llenara el vaso rojo era vaciarlo allí mismo; así lo hizo y siguió su camino. Poco después, se cruzó una mujer que al ver sus vasijas debió reconocerlas, porque corrió a pedirle un buen puñado de semillas. El comerciante se negó rotundamente y la mujer se fue maldiciendo entre dientes. “Qué quieres que haga”, pensó apesadumbrado, “no puedo pensar en renunciar a mi buena suerte”, y siguió su camino, donde volvió a tener encuentros similares.

Según pasaba el tiempo, el comerciante descubrió que el vaso rojo se llenaba solo. Le pareció más o menos lógico, porque sino las vasijas no tendrían mucha gracia, a sí que cada poco tiempo se paraba a vaciarlo y seguía su camino.

Pero llegó un momento que el vaso se llenaba tan rápido, que casi no podía vaciarlo y finalmente se desbordó.

“Buena la he hecho”, pensó el mercader, “lo último que me faltaba es otro montón de mala suerte”. Entonces miró a lo largo del camino, y vio que las semillas que había ido arrojando se habían convertido en plantas malignas que acabaron con los sembrados y los pastos de toda la semana. Los aldeanos del lugar al verlo buscaron enfurecidos al culpable, y el mercader casi había conseguido librarse cuando la mujer con la que no compartió sus semillas verdes le delató, y el hombre huyó corriendo del pueblo entre golpes y porrazos.

Ese fue solo el comienzo de una multitud de desgracias que le toco vivir al mercader. Realmente, las vasijas tenían mucho poder y todo se volvió en su contra. En solo 3 días trató de librarse de las vasijas cien veces, per como aquello no terminó con su mala suerte, tuvo que volver por ellas y buscar la forma de llenar la vasija verde, y no dejar caer ni una sola semilla roja más. Así que cambió la tapa del tarro verde al rojo, para descubrir con horror que la mayor parte de las semillas verdes habían desaparecido…

Y mientras lamentaba su mala fortuna, se detuvo a mirar los dibujos de las vasijas. Eran como unas instrucciones, en las que siempre se veía el vaso rojo cerrado y el verde totalmente abierto, y parecía que cualquiera podía tomar cuantas semillas verdes quisiera.

Decidió seguir su viaje de esa forma, y al encontrarse con un hombre que le pidió algunas de sus semillas, esta vez le dejó servirse libremente. Y su suerte cambió, porque en ese instante aparecieron los aldeanos que aún le perseguían, pero su nuevo amigo le ayudó a escapar, y les dirigió en dirección contraria. Cosas parecidas volvieron a ocurrir con muchos oros que encontró en el camino, hasta que el comerciante comprobó que, en lugar de vaciarse, cada vez que regalaba las semillas verdes el vaso se llenaba más, hasta que, tras ofrecer semillas a todo el mundo, el vaso llegó a desbordarse.

Y efectivamente, la buena suerte se quedó con él y llegó a ocurrirle cosas maravillosas; uno de aquellos a quienes había ayudado resultó ser un hombre muy rico, que agradecido le lleno de lujos y regalos; otros le consideraron tan bueno que lo propusieron para alcalde y así una y otra vez.

Algún tiempo después el mercader se cruzó con aquel viajero que le entregó las vasijas. Después de saludarle, le contó todas sus aventuras y le dio miles de gracias. Pero antes de despedirse le preguntó:

- ¿Por qué me diste las vasijas de la suerte? ¿Es que ya no querías tener buena suerte?

Y el hombre, riendo con fuerza, respondió:

- ¡No me digas que aún las tienes!¡Pero si no hacen falta para nada!...la magia de las vasijas es muy tonta: sólo hace crecer o disminuir unas estúpidas semillas venenosas y comestibles, per no tiene ningún efecto sobre la suerte, he oído que las inventó un aprendiz de brujo muy torpe.

- ¡¿Cómo?!-exclamó el mercader.

-Claro que no. Creo que fue un viejo maestro quien las encontró y se dio cuenta de que serían geniales para enseñar a usar la suerte: guárdate lo malo para ti, y comparte lo bueno con los demás. Y en verdad que es la única forma de atraer la buena suerte y evitar la mala, ¡y vaya si funciona!... Cuando repartiste tu mala suerte, tratando de conservar para ti la buena, te aseguraste de que nadie compartiera las cosas buenas contigo, sólo las malas. Las semillas no tuvieron nada que ver en eso, fueron tus obras. ¿Lo entiendes ahora?

¡Vaya si lo había entendido! Y mientras el viajero se alejaba del mercader, con las vasijas en la mano, miró a los habitantes del pueblo, buscando entre todos ellos quién más necesitaría a utilizar la buena suerte.

Pedro Pablo Sacristán