Tenía en mente hacer el Camino de Santiago pero era como algo que tenía aparcado y de repente en uno de los Caminos que hacemos todos los años a La Virgen de Cortes con grupo de amigos: José Antonio Molina, Javier Flores, Atilano, Gabriel, fue cuando José Antonio me contó su experiencia de cuando él fue y me lo explicó de tal manera que me enganchó y me puse manos a la obra, con ayuda de él con sus indicaciones.
Primero conté con mi familia
porque era un mes fuera de casa, mi mujer y mis hijas lo entendieron y me
dieron su apoyo incondicionalmente, también conté con el apoyo de mis
compañeras de trabajo que me facilitaron el cambiar turnos para ir sumando días
libres, mi compañera Montse que subía a las redes sociales mis crónicas diarias
para hacerlo por mediación de La Junta local de Lucha Contra el Cáncer de La
Puerta de Segura de la AECC de Jaén para hacerla presente de alguna forma
porque para mí es una gran motivación, a mi compañera enfermera Elena, a mi
familia de los Vaqueros y a la familia de mi mujer que me han estado siguiendo y animando.
Cuando tome la decisión de hacer
el Camino me pregunté ¿lo hago solo o acompañado? desde ese momento mi Camino
había empezado y me dije a mi mismo lo haré con las personas que el propio
Camino quiera ponerme para acompañarme en esta aventura. Tras un tiempo
preparándome encontré una página que es para encontrar compañeros para hacer el
Camino, no pasó mucho tiempo cuando me puso un mensaje un compañero que me
decía que estaba interesado para hacer el Camino y de tratar de hacer un
pequeño grupo de compañeros, me pareció bien y a partir de ahí se empezó a crear un vínculo de amistad,
luego se sumó Miriam y seguidamente Serafín. Al poco de haberse formado el
grupo me llamó Dani y me dijo que tenía que contarme algo, fue cuando me contó
que tiene un problema en la visión y que no veía bien y además que Miriam
también tiene discapacidad visual, que quería decírmelo porque no todo el mundo
estaba dispuesto a acompañarles en el Camino, yo le contesté que estaré
encantado de hacerles de guía, que uno de mis valores más importante es servir
a los demás. Salimos el 24 de octubre de 2018 estuvimos juntos una semana hasta
Logroño, al tercer día se unió Ismael que también fue una persona importante
para el grupo. Me quedé solo y continué mi camino.
Hace un par de meses de mi
llegada a la meta escogida cuando di el primero de los pasos de muchos que me
faltaban por dar para llegar a Santiago de Compostela y hacer la reflexión más
grande de mi vida, para intentar ser un hombre nuevo por dentro, para intentar
entender el por qué? de esta necesidad de caminar hacia un destino que poco a
poco me llamaba. Un lugar donde llegar con mi vida a cuestas, un lugar para
entender lo más posible el trayecto caminado en todos los años vividos, un
lugar donde poder descansar después de poner paz en mi corazón y mi mente.
Después de dos meses, creo que
todo este tiempo transcurrido solo me aportó ganas de vivir, ganas de seguir
caminando. Creo que esto ya es mucho lo recibido a cambio de ese caminar de
muchos pasos. Mi primer paso fue en tierras francesas, esas tierras vecinas,
tierras de unas gentes que se me antojan reacias a nuestra amistad, diría casi
que distantes con todos nosotros, y me gustaría saber porque. Esa es mi apreciación,
puede que esté equivocado. Pero como digo, allí di mi primer paso para comenzar
a recorrer el Camino de las Estrellas, un Camino milenario, un Camino casi
siempre de unión, pero un Camino siempre para la vida. Ojalá, y lo siento más
ahora, todos los caminos sean siempre de unión y de convivencia en paz.
Estos dos meses vividos desde
entonces, ha valido para dar un gran paso, como una transición previa a un
futuro que me espera, espero, a nuevas metas aún por conquistar, a nuevos
caminos por descubrir, a dar otros millones de pasos en la vida intentando
siempre ver luz al final de cada camino, de los muchos caminos que todavía
quiero andar.
Unos recuerdos permanentes y
presentes, de una nueva forma de sentir muchas cosas que antes pasaban
desapercibidas para mí, de saber mirar con los ojos del corazón. A respetar
mucho más todo lo que me rodea y disfrutarlo con la simple sencillez grandiosa
de ver nacer un nuevo día. Sentir que cada amanecer es un regalo que debo
intentar vivir.
Una experiencia brutal para mi
forma de ser, digo brutal por lo grande que me parece y por las grandes
sensaciones que anidaron en mi interior para quedarse para siempre. Ojalá que
con el discurrir de los años, sigan vigentes en mí como ahora las siento. Yo
pondré todos mis esfuerzos para que así sea. Lo que viví es algo
indescriptible, algo que a lo largo de estos meses no soy capaz de encontrar la
palabra que a mí me parezca justa, que más que justa, acertada, que me llene
para poder expresarla a los demás, para intentar que comprendan mi manera de
sentir y para sentirme plenamente satisfecho conmigo mismo. Pero de todos modos
si estoy satisfecho.
Llevo escribiendo en estos dos
meses de mí caminar en esos 26 días del Camino, pero nunca me siento satisfecho
del todo, todos los días siento en mi cabeza pensamientos nuevos, todos los
días siento el Camino como el día después de mi llegada. Unos días siento
nostalgia, otras ganas de ponerme en marcha de nuevo, pero siempre feliz por lo
vivido y sentido en el Camino.
Al principio mi cuerpo pedía
descanso, desconectar de tantos días caminando, pero a medida que los días pasan,
la nostalgia me invade, cada día siento más el orgullo de ser peregrino, trato
de escribir nuevos recuerdos que afloran a mi cabeza a diario, llegan poco a
poco, como si los recuerdos del largo peregrinar quisieran caminar despacio,
como yo lo hacía, no quieren abrumarme, vienen caminando y haciendo descansos,
como por etapas, como esencia del Camino. Como una compañía silenciosa
transportando imágenes a mi mente y sonrisas a mi corazón.
En estos meses, procuro ponerme a
veces el calzado que usé en el Camino, y salgo a caminar a diario, sé que no es
lo mismo, pero lo necesito. Los lugares actuales por donde camino no dejan el
poso en mí como caminante, pero es lo que tengo, camino para sentir la
libertad, para desconectar de lo que me rodea aunque sea difícil conseguirlo.
Camino por el placer de caminar, así de sencillo, es lo más barato en la vida y
lo más reconfortante para mi cuerpo, sentir el cansancio caminando para sentir
después el gran placer de descansar. Alguna vez camino sin mirar lo que me
rodea, intento solo rodearme de los lugares que están en mi cabeza muy
presentes todavía, trato de transportarme de nuevo a esos lugares de algún
modo. A veces, cuando cierro mis ojos por unos segundos me siento de nuevo en
algún lugar del Camino. Esos segundos me llenan de alegría, son sueños dando
pasos, son sueños que solamente los puedo interpretar yo, son sueños que
siempre estarán conmigo cada vez que camine, cada vez que me ponga en
movimiento.
Para mí cuando caminaba por
lugares desconocidos, sentía un placer difícil de explicar, mis pies por
momentos empezaban a sentir que compartían los pasos de otros caminantes a lo
largo de los siglos. Mis ojos se volvían inquietos al descubrir todo lo nuevo,
no eran capaces de fijarse en un solo punto durante mucho tiempo, solo querían
transmitir a mi mente y a mi memoria toda la información visible y posible.
Muchas veces sentí la necesidad
de continuar caminando a pesar del cansancio, sentía como todo lo nuevo que se
presentaba para mí me llamaba a seguir, me daba energía y ponía mi mente a
expandirse imaginando historias, imaginando tiempos pasados y futuros sobre los
caminos que pisaba. Todos los porqués de este sentimiento que me producen al
caminar, inyectan una luz a mí mente para llegar a ver en las sombras y se
trasforman en luces que antes no veía.
Cuando di el primer paso de este
largo Camino, solo tenía dudas, muchas dudas y miedos, pero de igual forma
tenía ilusión, mucha ilusión y ganas, todas las ganas del mundo dentro de mí
para caminar, para sentirme libre, porque sabía que, desde siempre, caminando
me sentiría libre, me sentiría solo pero rodeado de gente y de cosas.
También cuando en algún lugar del
Camino el cansancio hacía que mi cuerpo dijese basta, pidiendo descanso,
descansaba pensando en el momento en que este cansancio pasajero me abandonase
y pudiese ponerme en pie y continuar caminando, continuar descubriendo lugares
en cada recodo, en cada esquina, en los valles, bosques y en las montañas, en los pueblos y en las
gentes.
Placeres sencillos, placeres que
siempre estuvieron ahí pero que nunca antes fuera capaz de verlos. Lugares
soñados por mí con mucha anterioridad empezaban a cada paso a hacerse realidad,
caminar con la compañía de grandes montañas, grandes bosques que me llenaban de
felicidad, llanos, valles, ríos, pueblos y ciudades y lo más importante, la
gente que como yo caminaba por el Camino de las Estrellas. Todo lo que vivía
superaba en mucho mi imaginación cuando pensaba en hacer el Camino. Era la
Naturaleza puesta ante mí, el espectáculo más grandioso y variado en el que
sentirme importante.
Pude encontrarme sentado una
mañana en un alto del Camino viendo amanecer y también un valle desde el lugar
donde pudo estar sentado hace 800.000 años un hombre o una mujer mirando el
llano en Atapuerca y sus lagunas. Pude sentir el rumor del viento como ellos lo
sintieron, disfrutar el mismo calor que me ofrecían los rayos del mismo sol que
a ellos calentaron y dieron luz a un nuevo día. Sentirme parte de la historia a
cada paso, a cada descanso mirando el horizonte, mirando las piedras milenarias
que conforman los grandes monumentos a lo largo del Camino, mirando los ríos
que desde hace miles de años apagaron la sed de los caminantes con su agua y
que en mi forjaron una parte de mi vida, árboles centenarios que me dieron
sombra para descansar en los días de sol, que me dieron sus frutos sin
preguntar ni pedir nada a cambio. Toda la naturaleza puesta a mi servicio, para
disfrutarla despacio, para respetarla siempre. Caminar para ser feliz, esta
puede ser la frase de mi vida.
Cuanto tiempo de mi vida sin
sentir que lo más simple de la vida y de las cosas, pueden aportar una
serenidad incomparable. Que todo o casi todo lo que antes era un logro, ahora
veo que lo sentiría como superficial, que la verdadera felicidad está mucho más
en las pequeñas cosas. Que ahí pude encontrar lo que nunca había sentido. Que
una sonrisa de alguien desconocido, en un lugar desconocido de mi caminar, pude
sentirla como un gran regalo, un gesto que antes pasaba desapercibido en mi
vida por recibirlo de alguien también desconocido, un gesto que yo entendía en
su mirar como para decirme: “Comparto tu cansancio”, “comparto tus pensamientos”,
alguien que tal vez no vuelva a ver jamás, que algún día lo recuerde y ocupe mi
pensamiento, que sea de algún país lejano que me gustaría conocer. Que pienso
en ese momento en que su mirada se cruzó con la mía y dejé pasar la gran
oportunidad que me brindaba el momento de conocerlo mejor, de cambiar o más
bien combinar sus sonrisas con mis sonrisas y mis palabras con sus palabras,
saber de su forma de ser, de su país, de su cultura, algo de su vida, saber
incluso algo de su religión y su lengua distinta a la mía, pero con la fe de
caminar, ese alguien que pudo, o puede, llegar a ser mi propio reflejo en mi
espejo, alguien del que aprender y que como yo puede que sea feliz simplemente
caminando. Es simplemente alguien que está cruzando, como yo, un puente en esta
vida, un gran puente.
Un puente muy largo, un puente
que todos nosotros deberíamos cruzar o intentarlo algún día en la vida, para
sentir o intentar sentir como la entrada de la energía del bienestar hace
desaparecer nuestros miedos acumulados a lo largo de nuestra vida y sentirnos
casi como si naciésemos de nuevo a la vida.
Hay miles de puentes a lo largo
del Camino de la vida, solo debemos dar el primer paso para encontrar el
primero de los puentes en nuestro Camino, con nuestra mochila cargada de dudas,
miedos y ambiciones, pero por encima de esa mochila que siempre sobresalga la
ilusión, esa ilusión que no pesa en nuestra mochila, que hace más ligero
nuestro peso, esa ilusión como meta para la búsqueda del primer puente que nos
espera, ese puente milenario, hecho de piedra dura, hecho para soportar el peso
de mi vida, único y compartido al mismo tiempo, que por largo que sea, por
muchos descansos que nuestros cuerpos pidan, siempre levantarnos con la energía
de la ilusión, porque todos los puentes tienen principio y final. De nosotros,
solo de nosotros depende de cómo será ese final. Pero no es este el momento de
hablar de finales, es momento de recordar principios, de serenar la imaginación
para que los recuerdos sean los protagonistas, los que de verdad empujen y den
alegría a mi relato, que pueda disfrutar con ellos aunque a veces sienta que
pueden hacerse repetitivos.
Quiero poner a la gente que de
alguna manera más recuerdo por el simple hecho de que forman parte de mi
Camino, siempre están ahí como una parte indispensable en el discurrir de ese
millón, o más, de pasos que conforman estos recuerdos.
Al principio conocía a los
principales protagonistas de mis recuerdos unas personas con las que compartí risas y
cansancios, unas personas que siempre supe que podía contar con su apoyo en el
momento del desfallecimiento, que me ayudaron del mismo modo que yo les ayudé y
que en un momento y en un lugar del caminar, nuestros pasos se alejaron
esperando a que algún día podamos volver a caminar juntos. Luego fui conociendo
a más personas que aunque no andamos mucho tiempo juntos, fue suficiente para
que su recuerdo sea imborrable. Personas de muchas partes de España y del
mundo, unos de países más cercanos y otros más lejanos, pero que, ahora, están
todos a la misma distancia en mis recuerdos, están presentes a pesar de la
distancia. Cada día recuerdo algo nuevo, recuerdos todos agradables, alguno no
tanto, pero pasado el tiempo todo se vuelve bueno.
No sé si la vida me dará la
oportunidad de volver a verlos algún día, supongo que no, pero da igual, la
vida continúa, el Camino siempre está listo para seguir caminando por él, y
ellos siempre irán a mi lado.
Uno de los recuerdos que más me
acompaña es simplemente mi Tierra y las otras tierras por las que caminé. Este
caminar hizo crecer en mí de forma desmesurada el gran amor que ya sentía por
ella.
Cuando uno se pone a caminar día
tras día, siente y ve mejor las diferencias entre un lugar y otro, es la mejor
forma de palpar, sentir y vivir los lugares. Es la mejor forma de comparar y
apreciar lo bueno y lo malo de cada cosa y lugar y este es el motivo de mi
cambio. Un cambio que no me sorprende, al contrario me hace feliz, se
diferenciar muchas cosas que antes me pasaban desapercibidas, que no le daba
valor o importancia como ahora, que ahora sé lo que para mí vale de verdad.
Otra parte es simplemente el
recuerdo de algunos pueblos que conocí y que de alguna forma dejaron un poso en
mi muy agradable, un deseo de saber de ellos ahora que los conozco un poco. No
sé si volveré algún día de nuevo, pero mientras tanto busco toda la información
posible para poder sentirme más cerca de ellos.
Estos pueblos que tanto me agradó
es Estella-Lizarra, un precioso pueblo navarro. Conocí muy buenas gentes, apoyo
siempre en mis dudas, siempre unas palabras amables y de afecto. Todo lo que
engloba la cordialidad la encontré en este lugar y sus gentes. Gracias.
Roncesvalles, Puente la Reina,
Los Arcos, Torres del Río…Tantos lugares y tanta historia, tanto del Camino
como de grandes personajes que hicieron que renaciera en mi aún más la pasión
por todo ello.
La provincia de Logroño, con
Logroño ciudad a la cabeza, Navarrete, Nájera y como no, Santo Domingo de la
Calzada, otro lugar que me agrado de forma distinta, me sentí también como en
casa.
De las provincias de Burgos y
Palencia, muchos lugares que me sorprendieron por ser totalmente desconocidos
para mí, incluso ni conocía sus nombres, de lo cual sentí vergüenza en algún
momento. Pueblos o más bien casi pequeñas ciudades como Belorado, Agés,
Frómista, Carrión de los Condes y como no, Atapuerca.
La Provincia de León siempre
estará unida a mí por algo más especial, principalmente su capital, un lugar
donde decidí hacer un pequeño descanso para sentir de nuevo una mano en mi mano,
un apoyo a mi cansancio, un apoyo a mi caminar. No voy a nombrar pueblos de
esta provincia, todos se quedarían pequeños en los recuerdos al compararlos con
León, y quiero ser justo con todos ellos que me aportaron preciosos recuerdos
también. Solo quiero hacer una salvedad entre todos ellos, no ya por el pueblo
en sí, El Acebo, sino por la propia etapa de ese momento.
Un día duro para caminar por las
inclemencias del tiempo y al mismo tiempo feliz al final del día, con muchas
anécdotas, pero por encima de todo está el momento en que empecé a pisar las
piedras depositadas por miles de peregrinos a través de los años y que rodean
la base de la Cruz de Ferro. Fue el profundo sentimiento que brotó en mi cuando
mi mano tocó y acarició la Cruz de Ferro. Las primeras lágrimas de emoción y
casi diría dolorosas que brotaron esa mañana. Una estaca de roble rematada con
una cruz de hierro se sitúa en el punto más alto del Camino Francés, entre las
localidades de Foncebadón y Manjarín, a 1500 metros de altura. La tradición
dice que hay que arrojar una piedra en la base traída del lugar de origen del
peregrino, de espaldas a la cruz para simbolizar que se ha dejado atrás el
puerto.
Tampoco puedo dejar de escribir
de mi agradable, entre otras, sorpresa cuando llegué a pueblo de la Virgen del
Camino. En un momento en que casi puedo decir me acompañaba cierta tristeza,
apareció ante mí la Basílica dedicada a la Virgen del Camino. Mi ignorancia,
una vez más, se vio gratamente recompensada con lo que mis ojos veían, y ya la emoción
indescriptible fue cuando entré y mis ojos vieron el interior de la Basílica.
Fue un momento de sentir algo distinto, algo sorprendente para mi manera de
pensar. Fue muy íntimo, unos segundos donde mis creencias religiosas, escasas,
hicieron que pensase y pensase…
Luego ya entro en Galicia, ya
antes de pisar tierras gallegas, algunos pueblos limítrofes me ofrecieron una
especie de preludio de la marea de sentimientos que estaban por llegar en el
momento en que, en un lugar del Camino un monolito en medio del monte me lo
confirmaba.
Ese día nació con lluvia, como
queriendo darme el bautismo y limpiar mi áurea para entrar sin el polvo del
Camino en mi adorada Galicia. Y así fue como empecé a caminar temprano, con una
emoción contenida, intentando serenarme y solo pensar en caminar como siempre
hice en etapas anteriores, tratar de disfrutar de todo lo que me rodeaba, de
toda la abundante vegetación y del color verde que me recibía para que mis ojos
empezasen a acostumbrase al color con el que se identifica Galicia.
Después de 26 días caminando a lo
largo de pueblos, bosques y senderos, con lluvia, con viento, niebla y cansancio,
ahora nos disponemos a entrar en nuestra ya tan soñada Compostela. Y es en este
preciso momento, cuando atisbamos la catedral de Santiago a lo lejos, cuando
nos damos cuenta que todo nuestro esfuerzo ha merecido la pena.
Seguimos caminando y la catedral
cada vez está más cerca. Nos sentimos nerviosos e impacientes porque ya nos
queda nada, pero seguimos caminando juntos hasta el último momento.
Y al fin aparece: ¡La Catedral de
Santiago! Es más bella de los que mis sueños me habían mostrado. No podemos
dejar de observarla. Estamos perplejos y algo empieza a fluir en nuestras
mentes. El resto de peregrinos y yo nos quedamos en silencio durante casi
quince minutos. Es el momento de reflexionar sobre lo que ha supuesto para cada
uno de nosotros/as esta gran aventura.
He comprendido cómo la batalla de
la vida no la gana siempre el más fuerte o el más rápido; que la persona que
gana es aquella que cree poder hacerlo, que tiene ganas y que lucha por
conseguirlo. Además, a lo largo de las rutas pude comprobar en propia piel que
no hay mejor bastón en el que apoyarnos que nuestros propios compañeros.
Compartir es crecer y la mejor forma de integrarse
y formar parte de un grupo es caminar junto a él.
Es curioso pero a lo largo de
todo el camino, no he dejado ni un minuto de aprender. Nada de lo que nos rodea
es nuestro y no hay mejor profesora que la propia vida y las personas que nos
rodean. Por ello, hemos de aprovecharla y vivir cada momento como si fuera el
último.
Y ahora que alcanzamos nuestra
meta, sabemos que la meta consiste en seguir caminando. Por todo ello, sólo me
queda decir que cuando pasen los años y recordemos estos momentos, miraremos
hacia atrás con la nostalgia de haber vivido
una experiencia inolvidable:
El Camino de Santiago
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