Descubre uno de los
cuentos japoneses más hermosos: ‘El viejo que hacía florecer los árboles’. Un
cuento que nos habla de bondad, generosidad, pero también de codicia y
arrepentimiento. Disfruta de esta bella historia repleta de valores y
reflexiona sobre ellos.
‘El viejo que hacía
florecer los árboles’
Un anciano leñador
vivía en una humilde casa a orillas de un bosque, con su anciana mujer. No
tenían hijos. Un día, de camino al bosque, vio junto al camino a un perro
desvalido y muy flaco. Alguien le había abandonado, y al anciano se le encogió
el corazón. Sin pensárselo dos veces, lo envolvió entre su kimono y lo llevó
corriendo a su casa. Al verle, su mujer se extrañó.
– ¿Cómo regresas tan pronto?
- preguntó.
Entonces, su marido le
mostró al perro que acababa de recoger.
– ¡Oh! ¡Qué bonito es!
¿Quién habrá podido abandonarlo? Le curaremos y cuidaremos de él como si fuera
nuestro hijo.
Y así fue cómo la
pareja de ancianos dedicó todos sus esfuerzos al salvar al asustado animal, que
muy pronto comenzó a sentir un profundo amor y agradecimiento hacia ellos. Al
fin recuperó su peso y su hermoso pelaje blanco. Y la pareja le puso el nombre
de ‘Shiro’, que significa ‘blanco’.
Meses después, el
anciano partió con su azadón hacia un lugar del
huerto que
tenía junto a su casa. Y de pronto, Shiro, que le acompañaba dando brincos de
felicidad a todas partes, empezó a ladrar y a saltar como un loco en un rincón
del huerto, señalando con la pata y el hocico al suelo.
El anciano pensó que
quería mostrarle algo, así que cavó donde el animal señalaba. Y al instante
manó del agujero una fuente de monedas de oro. El hombre, totalmente
impresionado, corrió con las monedas para contarle a su mujer lo que había
pasado.
Pero alguien había
estado observando todo: su vecino, que era muy codicioso, le había espiado
entre los matorrales y lo había visto todo. Muerto de envidia, pidió al anciano
al día siguiente que le dejara el perro.
– Solo un día- le
dijo- Me gustaría cuidarle durante un solo día.
El anciano, conmovido
por sus ruegos, accedió. El vecino llevó entonces a Shiro a su huerto,
arrastrándolo con la correa, ya que el animal, que podía ver los sentimientos
codiciosos del vecino, sentía terror hacia él.
Y como no era capaz de
moverse, el malvado vecino le ató a un árbol y le obligó a señalar algún lugar
del suelo. Temblando, mostró con el hocico el trozo de tierra al que podía
llegar y el hombre empezó a cavar. Pero en lugar de oro, solo encontró andrajos
y zuecos viejos. Enfadado, golpeó con el azadón al perro, cortando con el golpe
la cuerda al tiempo que le hacía una profunda herida.
El milagro de Shiro y
el viejo que hacía florecer los árboles
Shiro escapó
desesperado y corrió hacia la casa de sus amos. Al llegar, el anciano se
horrorizó al verlo:
– ¡Shiro! ¿Qué te han
hecho? ¡Oh, perdóname, amigo! ¡No puede ser!
A pesar de los
intentos de los ancianos por curar su herida, el pobre animal murió.
Al día siguiente le
enterraron en el lugar donde Shiro les había indicado que había oro. Y allí
mismo plantaron un pequeño pino. La magia comenzó a actuar entonces. El árbol
empezó a crecer con tanta rapidez, que en 15 días ya era un enorme pino que
daba sombra a toda la huerta.
Las personas del
pueblo acudían a diario a ver aquella maravilla.
– ¡Es increíble! -
decían unos.
– ¡Es un milagro! -
decían otros.
La pareja estaba
convencida de que era el espíritu de Shiro quien hacía crecer aquel árbol así.
Recordando lo que le
gustaban a su querida mascota los rollitos de arroz, decidieron hacer con el
tronco del árbol un mortero para llevarle a la tumba su comida favorita. Con
mucha delicadeza, el anciano taló el árbol y creó un hermoso mortero. Pero, al moler
el grano, vieron con asombro que éste se transformaba en oro. La noticia
circuló rápido por la pequeña aldea, y llegó a oídos del malvado vecino, quien
acudió enseguida a pedirle prestado el mortero al anciano.
– Me siento fatal por
lo que le pasó a Shiro- dijo mintiendo el vecino- Por favor, deja que le lleve
rollitos de arroz a la tumba. Pero necesito que me dejes el mortero, porque el
mío se rompió.
El anciano, conmovido,
le dejó el mortero, y su avaricioso vecino fue con él corriendo a su casa. Su
mujer comenzó a moler los granos de arroz, con los ojos sedientos de codicia,
pero en lugar de oro, solo aparecían andrajos y zuecos viejos.
– ¡Maldito viejo embustero!
- gritó el hombre- ¡Este mortero no sirve para nada!
Y diciendo esto, lo
rompieron en mil pedazos y lo tiraron al fuego.
El anciano fue a
buscar su mortero al día siguiente, y el vecino le dijo:
– Ya no está. Se
rompió al primer golpe y lo tiré al fuego.
El anciano se
horrorizó al ver su mortero convertido en cenizas, pero en lugar de odio sintió
mucha pena. Decidió llevarse las cenizas de su mortero para esparcirla sobre la
tumba de su querido amigo. Pero por el camino, justo cuando pasaba por unos
árboles desnudos por el invierno, un viento sopló e hizo volar parte de las
cenizas, que, al posarse sobre las ramas de los árboles, comenzaron a llenar de
flores y vida a las plantas.
Las personas que
estaban cerca, contemplaron el milagro del viejo que hacía florecer los árboles
atónitos. Todos los árboles florecían, mientras que el anciano canturreaba
contento:
– ¡Mirad, mirad, el
viejo jardinero hace florecer los árboles!
Y dio la casualidad
que un ilustre señor pasaba por allí. Al ver lo que sucedía quedó maravillado y
dijo al anciano:
– ¡Es la primera vez
que alguien hace florecer un árbol! ¡Es tan hermoso! Anciano, te mereces una
recompensa.
Y diciendo esto, le
tendió una enorme bolsa con monedas de oro. El vecino, que lo había visto todo,
lleno de ira, recogió las pocas cenizas que quedaban del mortero y corrió en
busca del noble.
– ¡Espere! ¡Yo también
sé hacer eso!
– ¿Ah, sí? ¿Tenemos
dos personas con el mismo don esta pequeña aldea? ¡Demuéstralo!
Y el malvado vecino
esparció las cenizas. El viento hizo que fueran directas hacia el noble, que no
pudo evitar toser, mientras decía:
– ¡Menudo granuja
mentiroso! ¡Te mereces un castigo!
Entonces, el vecino,
ahora sí, arrepentido, le contó todo lo que había pasado, y cómo había dado
muerte al perro.
– ¡Ahora entiendo que
todo es culpa mía! -dijo entre sollozos- Por favor, estoy arrepentido, dadme
una oportunidad y demostraré que puedo transformar mi corazón.
El noble, que era bondadoso, decidió darle esa oportunidad. Desde entonces, el vecino cambió por completo. Ayudaba en todo a los ancianos y acudía con frecuencia junto a ellos a la tumba de Shiro para ofrecerle esos rollitos de arroz que tanto le gustaban en vida.
«La gratitud que muestran los animales son una buena lección para los hombres.»
— (Reflexiones sobre
‘El viejo que hacía florecer los árboles’)
Valores que puedes ver
en este cuento:
Este precioso cuento
japonés, de ‘El viejo que hacía florecer los árboles’ nos habla de:
• Bondad.
• El valor de la
generosidad.
• Gratitud.
• La envidia.
• Arrepentimiento.
• La codicia que tan
mal nos hace.
Reflexiones sobre el
cuento ‘El viejo que hacía florecer los árboles’
Este hermoso cuento
japonés, ‘El viejo que hacía florecer los árboles’, nos habla de bondad, de
agradecimiento y de perdón:
• El mayor regalo a
un acto de bondad es la gratitud: El anciano había sido bondadoso con el
pequeño perro y él se lo agradeció como pudo, más allá incluso de la muerte. Su
gratitud era tal, que aún muerto, seguía acompañando a los ancianos por medio
de su espíritu.
• La vida tras la
muerte: Este bello cuento del viejo que hacía florecer los árboles también
nos habla de una vida tras la muerte. El espíritu de Shiro seguía vivo, aunque
tomara otra forma material diferente. En todo momento mostraba su presencia a
los ancianos que tan bien le habían tratado.
• La codicia que nos
transforma: En ‘El viejo que hacía florecer los árboles’, el vecino
del anciano era terriblemente codicioso y envidioso. Fue su perdición. Esta
emoción nos hace cometer errores imperdonables, locuras transitorias que no
causan más que problemas y dolor. Por eso hay que alejarse de estas emociones.
• El arrepentimiento y
el perdón: El anciano, a pesar del dolor que había provocado el vecino en su vida,
no sentía odio, sino tristeza. En el fondo de su corazón sentía perdón hacia
alguien que sabía que había obrado poseído por un terrible sentimiento. Por su
parte, el vecino, al final consiguió darse cuenta del mal que había producido y
sí, consiguió sentir un profundo arrepentimiento. Pero el arrepentimiento no es
solo un sentimiento. Se debe materializar. En este caso, el vecino comenzó a
ayudar a los ancianos.